En medio de todo el chongazo mediático desatado por los caviares y sus medios de comunicación monocordes, producto por la sospechosa fuga del juez César Hinostroza Pariachi, hasta su detención en España y de la liberación de Keiko Fujimori Higuchi por la Sala penal encargada de resolver la apelación de su detención preliminar ordenada por el juez Richard “copy-paste” Concepción Carhuancho, apareció una noticia triste para el mundo de la economía y las finanzas nacionales: falleció en Estados Unidos, víctima de un cáncer, el ex ministro de economía Carlos Boloña Behr.
Pocos jóvenes saben quién fue este señor, pero dada la escasa repercusión que tuvo esta noticia, me veo en la obligación de escribir una pequeña clase de historia económica de Perú para poder entender la trascendencia de su figura. Aquí no se va a hacer énfasis en sus errores personales, acusaciones fiscales, persecución política en su contra, responsabilidad civil o penal por los diferentes procesos que tuvo que afrontar tras el ascenso al poder del hoy prófugo Alejandro “sano y sagrado” Toledo Manrique. De eso se han ocupado hasta el cansancio los medios izquierdistas como La República, Hildebrandt en sus trece, Diario Uno, etc. Claro, el doctor Boloña no se quedó nunca callado y se defendió explicándolo todo en sus columnas periodísticas aparecidas en los diarios Expreso, La Razón y El Comercio, incluyendo sus libros de economía que citaremos en este artículo.
En 1990 Perú era un Estado fallido: corrupción generalizada, burocracia dorada por doquier, insoportable tramitología, colas interminables para comprar pan o leche Enci, apagones por la voladura de torres eléctricas, escasez generalizada de productos básicos, hiperinflación de 7,600%, cero reservas internacionales netas, migración y desempleo masivos, paros armados, atentados terroristas diarios, pérdidas millonarias en infraestructura, casi 20 mil personas asesinadas por Sendero Luminoso y el MRTA (“guerrillas” según el fiscal José Domingo Pérez), etc. Es decir, Perú era casi otra Venezuela en lo económico y en lo social. Todo ello, producto de la revolución socialista del resentido Velasco, la ineptitud de Belaúnde y la corrupción escandalosa de García.
Para derrotar estos graves flagelos, el "outsider" Fujimori se rodeó de políticos de tendencia liberal e impuso el shock económico, programa de gobierno que Mario Vargas propuso en su gestión, al carecer de uno propio. De esa manera, anuló todos los subsidios y colocó los precios de los productos a sus valores reales. Una medida dolorosa, pero necesaria para devolver la estabilidad económica al país. Lo mismo que hizo el destacado economista Pedro Beltrán Espantoso a inicios de los años 60. Muchos aún recuerdan el mensaje a la nación dado por el entonces ministro Juan Carlos Hurtado Miller, recibido primero con sorpresa, y luego con desesperación, pues no se sabía con exactitud los resultados. Pese a los consiguientes intentos de saqueo y desestabilización, las necesarias medidas de ajuste se mantuvieron firmes.
La salida de Hurtado en febrero de 1991 dio paso al economista Boloña, magíster por la Universidad de Iowa (Estados Unidos) y doctor por la Universidad de Oxford (Inglaterra), el cual, inspirado en el citado Pedro Beltrán, aplicó un fuerte programa liberal apoyado por el FMI y el Banco Mundial: reducción de aranceles, eliminación del resto de subsidios, flotación limpia de las tasas de interés y del tipo de cambio, abolición de la estabilidad laboral absoluta y simplificación del sistema de impuestos vigente hasta ese entonces, fueron algunas de sus principales medidas. La SUNAT y la Superintendencia Nacional de Aduanas (varios años después fusionadas) se convirtieron en organismos clave en los ingresos del Estado. Se creó el sistema de inversiones privadas en fondos de pensiones (las AFPs), se creó el OSIPTEL y el INDECOPI (aunque Boloña después se arrepintió por su progresiva burocratización), se renegoció la deuda externa del país con los organismos multilaterales de crédito y, sobre todo, se privatizaron numerosas empresas estatales que sólo reportaban pérdidas por miles de millones de dólares cada año.
Independientemente de los resultados mostrados por el informe final de la Comisión Diez Canseco que investigó en 2002 el proceso de privatizaciones durante el primer gobierno de Fujimori, los indicadores de inversión extranjera comenzaron a crecer de manera vertiginosa: 11.1% en 1993, 33% en 1994 y 20.2% en 1995. El nuevo marco legal dado por la Constitución de 1993 hizo florecer el atractivo para invertir en Perú. Lamentablemente en los años siguientes no se continuó con ese ritmo, debido a que no se efectuaron las reformas de segunda generación que eran necesarias para lograr una mayor libertad económica. Ni siquiera con el “gobierno de lujo” encabezado por el financista Pedro Pablo Kuczynski.
Los resultados saltan a la vista. Aquí tenemos ejemplos de privatizaciones: • Aeroperú se vendió a Aeroméxico; • CPT y Entel Perú se vendieron a la Telefónica de España por 2,000 millones de dólares; • Electrolima se transfirió a Edelnor y Luz del Sur (de accionistas españoles y chilenos); • Banco Continental fue comprado por Banco Bilbao Vizcaya Adventaya (BBVA); • El proyecto del gas de Camisea fue entregado a dos conglomerados extranjeros encabezados por dos firmas argentinas.
Aquí tenemos también algunos ejemplos de fusiones o participación de capitales privados con empresas también privadas: • Banco Wiese, fusionado con el Banco de Lima; • Banco Mercantil comprado por el español Santander; • Inca Kola fue comprada por la estadounidense Coca Cola. De esta manera, los principales países que apostaron por nuestro país son España, Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Panamá, Chile, Canadá, China, Japón y Suiza. Sin dejar de mencionar la apertura a la inversión en actividades mineras (por ejemplo, la privatización del proyecto de cobre Antamina por 1,320 millones de dólares). Y así…
Gracias a la notable gestión de Boloña, los peruanos podemos hacer fortuna en nuestro país, comprar un lote de terreno, comer carne, invertir nuestros ahorros en los más atractivos negocios, cambiar de auto o camioneta cada año, estudiar en universidades privadas de calidad, etc. Esto debe ser enseñado a los pulpines para desasnarlos ante tanta ignorancia acumulada por la irresponsable dejadez de muchos de sus padres, porque todo lo han tenido fácil y les encanta dar la contra. Con Toledo, García, Humala o Kuczynski ¿hubieran podido jamear en un Pizza Hut, KFC o Domino’s Pizza? ¿Hubieran podido comprarse un celular con conexión a internet de Movistar o Claro o una laptop de Lenovo o una computadora IBM con su impresora Hewlett-Packard? ¿Viajarían en Audis, BMWs, KIAs o cualquier camioneta full equipo manejada y pagada por sus viejos? ¿Hubieran podido estudiar en la San Ignacio de Loyola, la del Pacífico, la UPC u otras universidades pitucas? ¿Aportarían parte de su sueldo a AFP Integra, Prima AFP, AFP Hábitat u otra similar?
La respuesta a todas ellas es un rotundo no. Ahora lo hacen con toda naturalidad. Todos estamos acostumbrados a eso y no valoramos lo mucho que costó crear las condiciones para disfrutar de esos servicios y generar riqueza. En la época de carestía que fueron los 70, los 80 e inicios de los 90, Perú daba lástima y, ahora, pese a la crisis política que estamos viviendo, no debemos permitir que lo logrado después de años y esfuerzos se destruya por acción de la izquierda caviar o antisistema enquistada en los grandes medios de comunicación. Boloña pensó primero en su país y tuvo que enfrentar, junto a su familia, amenazas de muerte por parte de los terrucos, además de una feroz persecución judicial y política de por vida, y el ser despojado del control de la universidad que fundó con su entonces compadre Raúl Diez Canseco Terry.
Todo eso lo podemos comprender en sus libros “Experiencias para una economía al servicio de la gente”, “Lecciones de economía”, “De Paniagua a Toledo, de la confusión al caos” (partes 1 y 2) y sobre todo “Cambio de rumbo”. Él no se hacía problemas cuando pirateaban sus libros y los canillitas los vendían en la calle o durante la luz roja del semáforo, pues lo que en el fondo le interesaba, era que la gente los leyera y entendiera su filosofía de la libertad económica de la que ahora disfrutamos y que surgió en Inglaterra con Adam Smith.
Desde aquí mi homenaje a un hombre que nos ayudó a cambiar la economía de nuestro país para bien, porque para levar a cabo una obra titánica como esa en un país destrozado y en la miseria no es para minimizarla. Como bien decía la canción de su campaña electoral de 2001 "¡Hay que tener... Boloñas, Boloñas, Boloñas..., para que siga lo bueno y lo malo no vuelva jamás!". Mis condolencias a su esposa Sylvia y a sus hijas Bárbara, Daniela, Carla y Johanna (la conductora televisiva de fútbol, sí, ella misma), pues Perú ha perdido a un prominente economista cuya obra puede palparse cada día, cuando hacemos todo tipo de operaciones comerciales. Su memoria, minimizada por los mezquinos grupos mediáticos y políticos, debe ser recordada y honrada para que las reformas económicas que emprendió durante su gestión no se detengan. El sistema ha demostrado que funciona, pero puede ser perfeccionado. Carlos Boloña Behr, ¡gracias! Descansa en paz.