Diciembre fue un mes caliente para la política nacional. Nunca antes vimos un espectáculo tan vergonzoso de mentiras constantes, mensajes a la nación, pedidos de vacancia, un chantaje al Congreso eludiendo responsabilidad político-electoral, una defensa verborreica donde incluso se citó a Montesquieu, una frustrada destitución del Presidente, una prensa abiertamente sesgada en sus análisis, un indulto que se veía venir, pero dado en el peor momento, seguido de más de una protesta en Nochebuena y Navidad, pataletas rojas, acusaciones de traición, renuncias masivas, creciente polarización y odios sacados a la luz. Todo en un solo mes. Mientras todo eso se daba, y el gobierno armaba con dificultades su "gabinete de la reconciliación", la Iglesia trabajaba sin aspavientos para un acontecimiento memorable: la visita del Papa Francisco a Perú.
Por supuesto, el gobierno se quiso atribuir el mérito de la organización (obra de la Iglesia, en realidad) y Kuczynski quiso ser el anfitrión de lujo para un pontífice que predica la fe, la misericordia, la sencillez y la ayuda a los demás. Saludaba una y otra vez a las cámaras y a los presentes como queriendo decir que ha sido absuelto de sus pecados sobre Westfield y First Capital y que llegó la tan ansiada reconciliación que le permitirá gobernar hasta 2021 (felizmente no hizo ningún bailecito, aunque sí hizo gala de su "humor inglés" cuando dijo que lo único malo del país son los políticos, como si él no estuviera en ese club). Francisco, sin embargo, no cayó en ese juego político, sino que se centró en la virtud teologal de la esperanza.
Como mencioné resumidamente al principio, vivimos en una etapa políticamente complicada y con una economía que todavía no logra salir de la parálisis en la que se encuentra, con una clase política infectada por la corrupción del caso Lava Jato y futuras asonadas izquierdistas que buscan "bolivianizar" el país con sus acostumbrados discursos de una nueva Constitución, "que se vayan todos" (menos ellos, claro), y que solamente un partido político es responsable de todo el caos que vivimos, cuando toda la clase política y toda la población tiene también su cuota de responsabilidad en la elección de sus autoridades y en la vivencia de los valores morales y cristianos que han forjado nuestra nación.
Que esta descripción sucinta de la actual radiografía política nacional nos haga preguntarnos si la esperanza existe para nosotros como país, pese a las continuas decepciones y comprensibles pesimismos que dominan a nuestros mayores, quienes cargan con toda la sabiduría, la experiencia y la desconfianza contra quienes nos gobernaron (y gobiernan). El pesimismo es síntoma de la pérdida de fe y su versión extrema, el fatalismo, es consecuencia de dejarse llevar por la desesperación y no creer que las cosas se pueden arreglar, porque supuestamente irán "de Guatemala a Guatepeor". Sin embargo, ¿es cristiano ser fatalista? ¿Es cristiano rajar y no trabajar por mejorar las cosas? ¿Es cristiano callar ante los escándalos e injusticias? ¿Es cristiano hacerse la vista gorda ante la realidad nacional e internacional? ¿Es cristiano dejarse influenciar por grupos que promueven la cultura de la muerte y la abolición de la práctica de la fe en la vida pública?
La respuesta a esas cinco preguntas es simple: No, no, no, no y ¡NO! El Papa Francisco vino al país a darnos un mensaje de esperanza y a confirmarnos en la fe. Una fe que se resiste a morir en medio de un mundo que vive en la "posverdad". Una fe que se basa en la Verdad, que es Jesucristo. Una fe que no se basa en una ideología o en un caudillo, sino en la Palabra hecha carne. Una fe que fue demostrada de manera entusiasta a lo largo de estos cuatro días. Millones de católicos salimos a las calles a demostrar nuestro cariño al sucesor de Pedro y a pedirle que con sus palabras y gestos nos ayude a revalorar la esperanza que tenemos como miembros de un país que, como bien lo dijo Jorge Basadre "es más grande que sus problemas".
Desde que bajó del avión hasta que llegó a la Nunciatura Apostólica, se repitió la historia, solo que en versión siglo XXI: miles y miles de personas inundaron las calles para saludar a Su Santidad como lo hicieron con Juan Pablo II en 1985. El país cambió en 33 años, pero la fe del pueblo peruano se mantiene viva, pese a todo. El argentino Bergoglio sintonizó con la espontaneidad de los peruanos desde el primer instante y su presencia en Puerto Maldonado y Trujillo ayudaron muchísimo a mostrar al mundo una realidad que muchas veces se calla o minimiza por indiferencia, egoísmo o complicidad: la destrucción de la selva amazónica, la violencia contra la mujer, la corrupción política y económica. Temas que pese a ser comunes en nuestra realidad no pueden generar dejadez, sino que deben ser combatidos de raíz.
Hubiera sido interesante si le hubieran dicho al Papa que en una famosa novela, el personaje principal hizo la célebre pregunta "¿cuándo se jodió el Perú?". Habría sido de inspiración para dar un potente discurso a un país necesitado de esperanza. Sin embargo, su presencia y espontaneidad, y la clasificación al Mundial de Rusia 2018 nos han hecho gozar como pocas veces, y llenarnos de optimismo frente al futuro. Éste es desconocido e incierto, pero de la mano de Dios, revitaliza las emociones y da alegría al corazón. Quién mejor que el Santo Padre para confirmar eso con su frase "no se dejen robar la esperanza". Y para profundizar en la esperanza como virtud, nada mejor que leer la encíclica "Spe Salvi" de Benedicto XVI.
Mención aparte merece la misa en la base aérea Las Palmas: peregrinar de madrugada hasta allá, ida y vuelta, soportar doce horas (algunos hasta más) bajo un sol inclemente al lado de un millón y medio de personas, orar el rosario en grupo más de una vez, hidratarnos constantemente, aguantar las quejas de los impacientes por parte de la policía y la Guardia del Papa, socorrer a los afectados por la deshidratación y respetar las reglas establecidas para el desarrollo del evento hasta las 4 de la tarde, son una experiencia excepcional, que ofrecida a Dios, hacen derramar inevitables lágrimas de emoción, especialmente cuando se siente tan cerca la presencia del representante de Cristo en la tierra. Quien practica la fe de manera convencida y entusiasta, entenderá estas palabras.
Finalmente, tras participar en la misa, escuchar al impresionante coro y la orquesta que hicieron un trabajo que calificaría como "celestial", lo más conmovedor fue escuchar que Francisco regresaría a Roma con un grato recuerdo que siempre atesorará en su corazón: la fe viva del pueblo peruano y la presencia de un millón y medio de personas en esa base aérea. Solo Dios conoce el corazón de cada persona y sólo Él se encargará de darle lo que a cada uno lo que corresponde de acuerdo a su justicia. Pero la presencia de Francisco trajo aire frasco a nuestra situación actual como país y nos ayudó a sentirnos más fuertes y confiados en las promesas del Señor. Por supuesto, no podía faltar el "no se olviden de rezar por mí". Sí, Santo Padre, cuente con nuestras oraciones y con quienes asumimos el reto de ser los santos del siglo XXI, pese a las persecuciones, las burlas y la incomprensión del mundo. ¡Gracias por sus mensajes y por su testimonio! Por eso, desde este blog nos sumamos al multitudinario coro ¡Cómo no te voy a querer - cómo no te voy a querer - eres el Papa Francisco, Vicario de Cristo que nos viene a ver!