martes, 8 de octubre de 2013
La dictadura de la falsa libertad
Alfredo Bullard, es un conocido jurista peruano de tendencia liberal y responsable de importar el Análisis Económico del Derecho. Él publicó en el diario El Comercio una columna titulada "La dictadura de la falsa moral", en la que acusa de intolerante al Arzobispo de Lima, cardenal Juan Luis Cipriani, con una serie de argumentos en los que se evidencia un abierto sesgo ideológico y discriminatorio contra quienes disienten del proyecto de ley de las uniones civiles homosexuales presentado por el congresista Carlos Bruce. Considero que es necesario destazar cada uno de los argumentos esbozados, así como cultivar las virtudes de la tolerancia, el respeto, la libertad y los derechos fundamentales en la vida cotidiana.
"Dañar a los demás": Sostener que el vestirse como un huachafo es algo relativo y propio del gusto de cada quien, es verdad. Como bien reza el dicho "en gustos y colores no han escrito los autores". Después de todo, las modas son el reflejo de los comportamientos sociales y culturales de cada época y la forma de vestirse revela la personalidad de quien lleva los atuendos. En esto no hay discusión porque no hay daño generador en la vista de quien observa. Sólo opiniones que expresan agrado o desagrado. No obstante, utilizar la figura del auto que colisiona con un transeunte (o que éste le rompe el faro porque se cruzó en el camino del carro) para determinar la figura del daño no se puede comparar a las modas. El finado Ronald Coase analizó dicho concepto desde una perspectiva abstracta para determinar la responsabilidad del sujeto que lo provoca. Es verdad. Pero el "daño" provocado en la susceptibilidad ajena por las opiniones o gustos opuestos no tiene parangón con el que es fruto de actos y conductas que colisionan con los derechos más elementales de todo miembro de una sociedad.
"Moral inmoral": Bullard sostiene que al negar la libertad ajena se niega la dignidad de la persona y ésa es una correcta premisa que utiliza equivocadamente para enfilar sus baterías contra el cardenal. Sin embargo, muchos ignoran que en Perú se busca introducir subrepticiamente la ideología de género para introducir, en nombre del derecho a la igualdad, una figura análoga al matrimonio que sólo es la punta de la lanza de un proyecto que busca redefinir, debilitar, y por qué no, destruir una institución milenaria que existe desde antes de la creación de los Estados-nación. El motivo es que el Estado sea la única autoridad que diga qué es moral e inmoral y no la familia y menos la religión. La moral de la que habla el cardenal se basa no sólo en el cristianismo, sino en el orden natural que habita en la conciencia de todo ser humano, cristiano o no cristiano, que lleva a discernir lo que está bien de lo que está mal. Esto no se basa en las costumbres, sino en el consenso social fruto de dicho orden. De ahí parte la crítica del cardenal a este proyecto de ley y no contra las personas que tienen tendencias homosexuales. La supuesta moral inmoral es contradictoria en términos y es consecuencia del choque entre dos formas antagónicas de pensar: la del cristiano y la del liberal.
"Tolerancia": "Debemos brindarle (a Cipriani) la tolerancia que él niega a otros". En el campo de las opiniones las verdades son relativas. Sin embargo, habría que recordar que el concepto de tolerancia nació en un contexto religioso, concretamente en el de la segunda mitad del siglo XVII, cuando aquella famosa frase cuius regio, eius religio (de tal reino, tal religión) era realidad: los príncipes y reyes imponían a sus súbditos la propia religión. Debemos al inglés John Locke las bases y el desarrollo primario de dicha palabra, explícitamente tratados en su "Carta sobre la tolerancia", inicialmente publicada en lengua latina. Así, la tolerancia estuvo vinculada desde el comienzo al derecho a la libertad religiosa. Desde un comienzo tolerancia también implicó un contenido moral en cuanto que hacía relación a soportar un mal, tanto en el orden práctico (los pecados), como en el orden especulativo (los errores), cuando existían razones para ello.
En nuestros días se da, de hecho, una confusión. Y es que tolerancia no significa respeto al error o al pecado cuanto a la persona que vive en el error o en el pecado. En este marco no se puede aplicar el valor de la tolerancia pues eso implicaría atentar contra el derecho a la verdad, al bien y a la libertad. Tolerar no significa permitir el mal. La tolerancia hacia las personas es algo lícito y conveniente, no así la aprobación del mal moral o del error: estos siempre, en su esencia, reprobables.
Por otra parte, suele olvidarse una dimensión más de la tolerancia que es aportación netamente cristiana y de eso se ocupa el cardenal. Se trata de la caridad aplicada al valor tolerancia. Esto significa que no se trata únicamente de soportar al que yerra o al que vive en el mal, también implica una preocupación por él, un acompañamiento, e incluso una conversión a la verdad y al bien. Se le respeta pero respeto no significa indiferencia o despreocupación. Desgraciadamente, algunos han querido monopolizar el valor de la tolerancia para aplicársela exclusivamente a sí mismos y, además, lejos de su significado real. En nuestros días se usa la bandera de la tolerancia para justificar la mentira y el error. Y cuando alguien osa, con respeto y desapasionamientos, tratar de encauzar hacia la verdad y el bien, o simplemente recordarlos, se le tacha de intolerante.
Justificar la tolerancia basándose en el "mirar para otro lado", de acuerdo con Guido Calabresi, es vaciarla de contenido y sustituirla por una concepción ideológicamente relativista, es decir, una falsa libertad que será fuente de futuras discriminaciones contrarias a los derechos elementales de las personas al imponer por ley y por la fuerza pública proyectos de este tipo, atentando contra el derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones, contra la libertad religiosa, contra la objeción de conciencia, etc., como ya está sucediendo en varios países de Europa (por ejemplo el gobierno del País Vasco en España al imponer un proyecto similar en los colegios, o la ley impuesta por la fuerza en la Francia gobernada por Hollande). No se puede meter la moral, la tolerancia y la libertad en el mismo costal, pues la consecuancia no será el disentimiento, sino la descalificación, por no decir, el atropello, incluso a los homosexuales que discrepan de la agenda gay.
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