martes, 17 de diciembre de 2013
El Matrimonio es para los valientes
“El amor es ciego y el matrimonio te devuelve la vista” fue la frase que dijo un conocido sacerdote durante una misa de casamiento, provocando risas controladas por parte los familiares, amigos y asistentes a la ceremonia. Pero esa frase encierra una verdad que el tiempo, la fe y la historia la confirman. Porque hoy en día mucha gente habla comúnmente del “matri”, de la torta, del vestido de la novia, la recepción, los invitados, la iglesia a escoger, el destino de la luna de miel, etc., olvidándose que la boda dura un día, pero el matrimonio, toda la vida. En otras palabras, se mira el lado social y no lo trascendental de este sacramento.
Para cualquier persona no católica (o católica pobremente formada o no practicante), el matrimonio es un simple contrato que te da licencia para compartir cama, tener sexo, viajar junto a la mujer de tu vida y publicitar tus momentos de alegría junto a tus hijos para que los demás sepan que existes y que la envidia les corroe a quienes vean tus fotos en las redes sociales. Una vez más, se banaliza la idea del matrimonio, enfocándose en los momentos puramente románticos o familiarmente alegres. Con eso se evidencia una clara dependencia hacia la tecnología e incluso una muestra de inmadurez emocional. ¿Cómo nuestros antepasados no hacían tanto alarde de lo que les pasaba durante sus matrimonios? ¿Por qué sus matrimonios duraban más tiempo que hoy en día y hasta la muerte, la mayoría de las veces?
Muchos dirán como respuesta que la gente estaba “reprimida sexualmente”, o que los papás elegían al esposo para la hija, negándole el derecho a escoger libremente, o que la religión tenía un peso social muy considerable, o que no existía el feminismo como ideología abiertamente anti-vida y anti-matrimonio, o que las costumbres eran más sanas. Todo eso puede ser cierto, pero la verdad es que, independientemente de las causas, lo cierto es que hoy en día el ser humano está perdiendo su capacidad de adhesión hacia una sola persona hasta la muerte. El mundo de hoy, dominado por el hedonismo, la cultura de la muerte, el relativismo moral y el individualismo ha generado una sociedad enferma (moral, física y emocionalmente), incapaz de amar sin condiciones y carente de todo modelo cercano que sirva de inspiración para crear un hogar que sepa dar afecto, comprensión, comunicación, educación y sentido de la unión a los hijos. Por eso se ven matrimonios que se rompen al año o al mes de iniciarse, además de hablarse burlescamente de “matrisuicidio”.
Todas las causas mencionadas acerca de la decadencia del matrimonio han existido siempre y siguen existiendo en sociedades cristianas y no cristianas. El egoísmo y la inmadurez fomentados por las modernas ideologías y estilos de vida basados en el relajamiento de las costumbres y en su abandono de los principios y valores en los que se asienta el matrimonio, han dado como resultado la multiplicación de los divorcios, los concubinatos, los padres y madres solteros, los embarazos no deseados, los abortos, las fornicaciones, el abuso de los anticonceptivos, el incremento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS), la degeneración de las costumbres y las depresiones, suicidios, las actitudes pesimistas y las frustraciones que llevan a aceptar con resignación la realidad diciendo frases tan repetidas como trilladas, como “el mundo es así”, “el tiempo cura todas las heridas”, “al menos ganaste experiencia”, “no eres el único al que le pasa esto”, "hay muchos peces en el mar", entre otras.
Lo siento, pero como dice el dicho, “mal de muchos, consuelo de tontos”. El mundo lo hicimos así los humanos (como bien se escucha en el diálogo final de la película "La misión"); el tiempo sana las heridas del cuerpo, pero las emocionales no siempre, especialmente cuando no se cuenta con los contactos ni los recursos para atender el problema desde una óptica psiquiátrica; la experiencia no se puede usar de pretexto para caer en un mal si tienes la inteligencia, la fuerza de voluntad, el criterio y el discernimiento para entender lo que es moralmente bueno, de lo que es malo. Cada uno es responsable de las consecuencias de sus decisiones y actos. Cada uno escribe su destino, y consecuentemente, su historia. Dios coloca en nuestro camino, innumerables herramientas para corregir nuestra pasada manera de vivir, como la ayuda profesional especializada, la caridad a través de todas las personas de buena voluntad, las amistades sanas, la educación íntegra y los sacramentos para recuperar la gracia perdida por nuestras rebeldías, caprichos y transgresiones productos de nuestro orgullo y falta de entrega a los demás.
Esto, aplicado al matrimonio, es indispensable recordarlo periódicamente, porque esta institución es una escuela para que el hombre y la mujer se conozcan plenamente, sin secretos, sin dobles vidas, sin caretas y sin condicionamientos. “O lo tomas o lo dejas”. Así de simple. Si bien se admite la influencia del individualismo en los sistemas legales para permitir la separación de patrimonios, ello no debilitará la naturaleza de esta institución cuyo propósito es la procreación y la educación de los hijos, sin dejar de mencionar, valga la redundancia, el aprendizaje del amor entre los cónyuges, especialmente en las épocas de dolor y prueba. Amar es el sentido de nuestra existencia y sin ello, el matrimonio es una mera conveniencia, un contrato plasmado en un papel con efectos legales o una simple tradición heredada de nuestros antepasados.
El matrimonio es la máxima expresión del compromiso que un hombre hace hacia una mujer por ser quien es. Es aquélla milenaria institución que preexiste a los Estados, monarquías, repúblicas o cualquier sistema de gobierno o ideología, y donde el hombre demuestra que es maduro, responsable, honesto, trabajador, comunicativo y afectuoso. Es el sacramento donde se abre a la vida sin ningún tipo de reparos, y en el que, con su mujer, pueden tener los hijos que deseen siguiendo el orden establecido por el Creador y recurriendo a los métodos naturales de planificación familiar. Por algo, significa etimológicamente “oficio de madre” (Matri-Monium).
El matrimonio es para los valientes, los decididos, los que quieren amar en las buenas y en las malas porque los sentimientos siempre son volubles (especialmente el romanticismo), mientras que el amor es salir de la prisión de tu ego para darte a tu esposa y a tus hijos, demostrando que Dios obra a través de ti y no porque tú lo merezcas. Así es como se cambia la realidad. Causa dolor a veces e incomprensión por parte del mundo, es verdad. Pero las personas que tomaron valientemente y con alegría esa decisión y perseveran en ella son enormemente bendecidas. El tiempo y la providencia se encargan de ello. Por algo, permanece actual la cita bíblica de Mateo 6, 33, “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”. Concluyo recomendando la obra maestra “Amanecer” (1927) del alemán F.W. Murnau, para mí, la más romántica y hermosa representación cinematográfica del amor y la reconciliación entre los esposos.
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