El Gran Teatro Nacional fue inaugurado en 2011, pocos días antes de que Alan García culminara su segundo gobierno, pese a que aun no se había terminado. El entonces gobernante peruano no quería despedirse del poder sin cerrar con broche de oro su gestión, además de culminar y poner en funcionamiento la línea 1 del Metrolima que pasa justo al lado del recinto. Nunca lo visité, hasta que en el mes de julio recibí una invitación familiar para asistir al concierto sinfónico de Gustav Mahler como parte de la Temporada Internacional de Invierno 2015. Acepté y me puse a indagar sobre este casi desconocido compositor bohemio-austriaco de la segunda mitad del siglo XIX y nunca conocí una sola de sus obras hasta que se me informó que no era un músico que conectara con los gustos populares, como Mozart, que sus sinfonías son difíciles de ejecutar y que involucran a muchos músicos en escena (llegó a tener 1,068 en el estreno de su Octava Sinfonía en Estados Unidos). Además, nunca se había tocado en Lima, ni mucho menos en el resto del país.
Lo primero que supe de él fue su condición de representante del post-romanticismo y el estilo heterogéneo de sus composiciones, pues se empapaba de numerosas fuentes para innovar hasta crear un estilo incomprendido en su tiempo, pero no rechazado y menos olvidado: Introdujo elementos de distinta procedencia como melodías populares, marchas, fanfarrias militares, mediante un uso personal del acorde, entrecortando o alargando inusitadamente las líneas melódicas, acoplados o yuxtapuestos en el interior del marco formal que absorbió de la tradición clásica vienesa. Sus obras sinfónicas adquirieron desmesuradas proporciones e incluyó armonías disonantes. La apariencia del desorden que resultaba, con el esfuerzo extra que demandaba reconocer alguna formalidad "clásica" en su estructura, generó la incomprensión de su música, atrayéndole una hostilidad casi general, pese al apoyo de una minoría entusiasta entre la que se contaban los miembros de la Segunda Escuela de Viena, que lo tenían por su más directo precursor. Una vez más queda demostrado que un eximio artista no siempre goza de comprensión en vida.
Mahler tuvo una vida relativamente corta (murió de un mal cardíaco a los 50 años en 1911), sufrió el antisemitismo de su época, la trágica pérdida de una de sus dos hijas, la infidelidad de su esposa en sus últimos años cuando trabajaba en Nueva York, y encima el nazismo en el poder prohibió terminantemente su música calificándola de "degenerada", al igual que la de Mendelsohn. Sin embargo, el tiempo es el mejor juez de la vida terrena, e hizo justicia: sólo al final de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la labor de directores como Bruno Walter y Otto Klemperer, sus sinfonías empezaron a hacerse un hueco en el repertorio de las grandes orquestas. Además influyó en muchos compositores y directores de orquesta venideros como Aaron Copland, Kurt Weill, Dmitri Shostakóvich, entre otros.
Para Jean Sibelius (cuyo concierto para violín en re-menor, Op. 47 en Lima tuvo como solista a la talentosa Leticia Muñoz-Moreno), Mahler expresaba la creencia de que "la sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcarlo todo". Fiel a esta creencia, Mahler obtuvo material de diversas fuentes para sus canciones y obras sinfónicas: cantos de pájaros y cencerros de vaca para evocar la naturaleza y el campo, fanfarria de clarines, melodías callejeras y danzas nacionales para recordar el mundo perdido de su infancia. Los problemas de la vida se representan en estados de ánimo extremos: el anhelo de realización personal lo interpreta por el incremento de melodías y armonías cromáticas, mientras que el sufrimiento y la desesperación son representados musicalmente por medio de la disonancia, la distorsión y lo grotesco. Además una de las particularidades de Mahler: la intrusión de la banalidad y el absurdo en momentos de profunda seriedad.
Por eso, al escuchar de la mano del director Pablo Sabat la Sinfonía N° 1 en re-mayor (conocida como Titán) es inevitable sentirse en una montaña rusa musical donde se combina lo pausado con lo apasionado, expresado a través de cuatro movimientos: 1) Lento, arrastrado, como una llamada de la naturaleza, al principio muy cómodo; 2) poderosamente agitado, pero no tan rápido; 3) solemne y mesurado sin arrastrar; y 4) tempestuosamente agitado. ¿Se imaginan el clímax final? La emoción del momento, combinada con el virtuosismo de dos orquestas fusionadas para la ocasión (la Sinfónica Nacional y la Juvenil superando los 100 músicos en escena) la belleza, la acústica y la decoración del teatro, al nivel de los grandes teatros de la ópera del primer mundo, arrancaron aplausos y hasta lágrimas por parte de los más sensibles. Como se diría en la jerga criolla, podemos "jamonearnos".
Es cierto que el Titan de Mahler opacó la ejecución de la solista Muñoz Moreno, pero no se puede negar el talento de la española a la hora de su ejecución; incluso con el ritmo con el que movía su cuerpo mientras tocaba apasionadamente el violín, parecía darle instrucciones al director para que la melodía saliese más personal en su estilo. Pese a ello, se rompió una cuerda de su violín y lo cambió rápidamente con ayuda de su asistente por otro, demostrando así una rápida reacción ante un imprevisto que por primera vez presencié. Gracias a Dios no se notó ningún desafinamiento ni repercutió en el resultado final. Como desagravio, tocó "La nana" de Manuel de Falla acompañada del arpa. Simplemente genial.
Volviendo a Mahler, éste una vez manifestó que su música no sería apreciada hasta cincuenta años después de su muerte. No le faltaba razón: valorado en su tiempo más como director de orquesta que como compositor, y hasta criticado, hoy es considerado uno de los más grandes y originales sinfonistas que ha dado la historia de la música clásica; más aún, es uno de los músicos que anuncian y presagian en su obra de manera más lúcida y consecuente todas las contradicciones que definieron el desarrollo del arte musical a lo largo del siglo pasado. De ahí puede entenderse la vigencia de su obra y la necesidad de darla a conocer. Felizmente, la respuesta del público limeño ha sido positiva, y especialmente del juvenil, pues el número de espectadores menores de 30 años no fue nada insignificante. Claro, no faltaron los fastidiosos bostezos de niños nada acostumbrados a este tipo de música, pero al menos les quedará la semilla por cultivar su oído y alejarse poco a poco de esperpentos musicales como el reggaeton. Aquí les paso la grabación de cuando el finado Claudio Abbado dirigió impecablemente a la orquesta sinfónica de Lucerna. Espero que esto sea sólo el inicio de su interés en conocer la magistral obra de Mahler.
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