domingo, 21 de diciembre de 2014

Primicia mortal y el cuarto poder

Mucho se ha habla de la libertad de prensa y del derecho que tiene la gente de estar informada de todo lo que pasa en el mundo. Para esto también se cita la frase del periodista y escritor George Orwell "la libertad de expresión es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren oír", aunque eso se aplicaría mejor a los gobernantes autoritarios e intolerantes con el disentimiento. También se invoca al libre derecho de elección de los consumidores para determinar qué medio elegir para informarse de lo que le interesa y la forma cómo lo difunde, algo que el Grupo El Comercio utiliza como defensa ante la demanda judicial contra la "concentración de medios" entablada por el Grupo La República. La libertad de prensa, en la práctica, siempre está sujeta a la medida de los grupos de poder o de la falta de escrúpulos de los reporteros noticiosos o independientes de turno. Esta columna busca ofrecer ejemplos cinematográficos sobre el tema, a raíz del estreno de la película "Primicia mortal" (2014).
En la película debut de Dan Gilroy, un excelente Jake Gyllenhaal interpreta a un periodista desempleado que recorre la ciudad de Los Ángeles en compañía de su asistente captando accidentes, robos, homicidios y demás desgracias para registrarlas y venderlas a los medios con el fin de escalar económica y profesionalmente, aunque ello implique engañar, manipular, chantajear u ocultar información a sus compañeros de trabajo o a la policía. La atmósfera es oscura, opresiva, malsana, cínica y morbosa y refleja perfectamente la actitud de este freelance, especialmente durante la secuencia del seguimiento a los sospechosos de un triple homicidio. Los escrúpulos, la ética profesional y la transparencia se manifiestan como virtudes condicionadas por el cinismo del periodista y el interés del personal del canal de noticias para subir en los índices de audiencia matutinos. Pesimismo total. Eso se siente.
Tenemos otros antecedentes en el cine, como la película "Caballero sin espada" (1939) del tres veces ganador del Oscar, Frank Capra, cuando un poderoso empresario busca sabotear mediante sus periódicos el discurso del idealista senador James Stewart en el Congreso estadounidense, con el fin de no estropearle una millonaria inversión carente de toda transparencia en contubernio con un político corrupto (Claude Rains). Otro ejemplo es la película del griego Constantin Costa-Gavras "Mad City" (1997), sobre el secuestro de un grupo de niños en un museo, por parte de un vigilante despedido (John Travolta) que quiere recuperar su trabajo y la cobertura llevada a cabo por un periodista veterano buscando recuperar su prestigio (Dustin Hoffman).
Tampoco podemos dejar de mencionar dos excelentes películas de Sidney Lumet: "Tarde de perros" (1975), basada en una historia real, con Al Pacino y John Cazale como dos asaltantes sin preparación, que por un fallido atraco a una agencia bancaria, acaban atrapados en el lugar y cómo la prensa hace un circo de la situación límite, aprovechando la singular demanda: obtener el dinero para que la pareja homosexual del protagonista se opere y se cambie de sexo. La otra película es "Network", sobre el aprovechamiento de toda una casa televisiva del anuncio del suicidio en vivo de un conductor de programa (Peter Finch) a causa de su despido por la baja sintonía de su programa. Una despiadada historia que le dio a este actor el primer Oscar póstumo de la historia de la Academia en 1976.
Mención aparte merece la película del gran Billy Wilder "El gran carnaval" (1951) con Kirk Douglas, como el más desalmado de los periodistas cinematográficos: al no encontrar ninguna noticia durante un año trabajando en el periódico de un pueblo de Nuevo México, aprovecha la desgracia de un lugareño atrapado en una mina para retrasar el rescate y ganar rentabilidad con la exclusiva, generándose así un ambiente mediático, político y de ocio que sólo traerá una tragedia tras otra a la víctima del derrumbe. En su tiempo, la película no gozó de la aprobación del público ni de la crítica, a causa de la crueldad de su premisa y de su desenlace, pero como el tiempo es justiciero, se encargó de convertirlo en un rotundo clásico de denuncia del periodismo voyeurista y manipulador. Un referente obligado para cualquier estudiante de cinematografía.
Podríamos citar otros ejemplos, pues la miseria humana no conoce límites, especialmente a la hora de pretender justificar acciones deplorables contra la dignidad de las personas que sufren percances de cualquier tipo que atraigan el morbo de las masas. Ésta es otra muestra del relativismo moral en el que se hunde nuestra civilización si le damos cabida al "todo se vale", "no hay verdades absolutas" o "no hay diferencias entre el bien y el mal". Así quedan expuestas las más bajas pasiones y la formación de quienes consumen esta clase de material que sólo degradan a quienes invierten tiempo y dinero en él.
Luis Miró Quesada De la Guerra, director del diario El Comercio dijo la famosa frase “El periodismo puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”. Algunas veces se le llama "el cuarto poder" por su influencia para movilizar a la opinión pública de acuerdo a los intereses de cada grupo mediático, empresarial o ideológico en poner a su favor a un sector de la población (caja de resonancia, como le dicen). Poder de un instrumento que se puede usar tanto para el bien como para el mal, al igual que la inteligencia humana o el internet. Así se acaba transformando en el "primer poder" como afirmé hace años en una conversación. Pero, de optarse por su abuso, se confirmaría lo que un compañero de trabajo me corrigió diciendo "no es el primer poder; es el primer joder".

martes, 9 de diciembre de 2014

Los muros ideológicos


Por el nombre de esta columna es un poco atrasado escribir sobre la caída del Muro de Berlín hace 25 años, pues en el lapso de un mes la noticia de la muerte de Chespirito opacó casi todo recuerdo de dicho acontecimiento histórico, hasta que sea refrescado a fin de año, cuando los medios de todo el mundo saquen sus resúmenes del "año que se fue". De todas formas, es necesario mencionar la palabra muro para graficar cómo en pleno tercer milenio no conseguimos crear los puentes que nos ayuden a entendernos y crecer como especie humana. No vamos a hacer un resumen cronológico de tan magno acontecimiento, sino una reflexión que nos ayude a entender qué muros materiales e intangibles hemos levantado en nuestro mundo o en nuestras mentes (Estados Unidos-México, Israel-Palestina, Chavismo-Venezuela, Estado Islámico-Occidente).


El Muro de Berlín fue la máxima expresión de un mundo dividido por la Guerra Fría (1949-1989), en el que dos potencias antagónicas enarbolaban sus respectivas banderas ideológicas en favor del capitalismo y el comunismo, la libertad y la revolución, la iniciativa y el controlismo, la realización personal y el dogmatismo antirreligioso. Dichas tesis y antítesis eran vividas con tensión y desconfianza entre ambos lados de la Cortina de Hierro, pues se consideraba que la única forma de cambiar el mundo era estableciendo alianzas militares, controlando países-satélites, desarrollando la carrera nuclear y un poderoso aparato propagandístico que reflejara las bondades de cada sistema. Si nada de eso funcionaba, la guerra era la única forma de asegurar la victoria de cada bando, amén de adoctrinar a los habitantes de cada país de su área de influencia.


Lo cierto, es que el ser humano es un hombre libre por naturaleza y que toda forma de aprisionar su voluntad de progreso y felicidad lleva a la rebelión contra todo sistema totalitario por más que se maquille con los productos estéticos de la "revolución social" (bolchevismo), "el interés popular" (populismo), "el calentamiento global" (sobrepoblación), e incluso los mismísimos "derechos humanos" (ideología de género). Porque ése es el error de los ideólogos de turno, concebir las ideas como dogmas religiosos que sólo se pueden concretar mediante la imposición, lavado de cerebros o metiéndolos de contrabando (como supositorios, como decía Bedoya Ugarteche) a través de manipulaciones del lenguaje, campañas millonarias, subvenciones internacionales, con tal de diseñar un esquema de la felicidad que al final sólo los beneficia a ellos y a sus argollas.


La edad de la razón, la Ilustración (con sus aciertos y errores), no solo había parido el contrato social y la democracia, sino también su antítesis, la dictadura del proletariado. Ganó la democracia, el mercado, y la caída del Muro del Berlín gatilló el derrumbe del socialismo real en Europa del Este. Sin embargo, 25 años después de ese acontecimiento libertario, el planeta sigue jaqueado por la resurrección de los fundamentalismos religiosos, los nacionalismos de diverso pelaje y diferentes proyectos anti-globalizadores. El único lenguaje que construye la paz y la integración de las culturas más diversas es el de la libertad política y económica. El libre comercio siempre fue el embajador del diálogo, del contrato, entre los más diversos. Siempre se las arregló para crear una tendencia alternativa a la guerra. En la Antigüedad las etnias y naciones más disímiles comerciaban en el Mediterráneo. Hoy la emergencia de China y su conversión en primera potencia económica sucede al margen de las guerras que caracterizaron la irrupción del Imperio Romano de la Antigüedad y del Imperio estadounidense del siglo XX, por una sola razón: el creciente peso del libre comercio en la presente globalización.


No obstante lo anterior, tampoco podemos ignorar las perjuicios que produce el capitalismo extremo, que como bien lo denunció el Papa Juan Pablo II en su viaje a Cuba en 1998, subordina a la persona a los intereses del mercado, al igual que el socialismo (en sus diversos matices), que promueve el enfrentamiento social e intenta reducir la religión a un simple problema individual. Por algo, en su encíclica "Laborem exercens" (1981) proponía un orden económico mundial basado en la Doctrina Social de la Iglesia: no capitalista ni marxista, sino que debe basarse en los derechos de los trabajadores y en la dignidad del trabajo.


Las ideologías, cuando no son expuestas de manera crítica y con respeto hacia el pensamiento disidente, pueden ser semillas de futuras atrocidades e injusticias que acaban traicionando los ideales nobles que las concibieron. Nunca pueden ser la fuente absoluta de la verdad, pues acabarán atentando contra los derechos más fundamentales del ser humano: la vida y la libertad. El hombre vive en una constante búsqueda de la verdad a lo largo de su existencia y con todos los medios con los que dispone para poder encontrarla, no puede conformarse con esquemas rígidos, relativistas o mediocres de pensamiento que sólo favorecen su confort, sus sentimientos o el lograr el "sufrimiento cero". No vinimos al mundo a pasarla bien como si fuéramos meros consumistas que buscamos nutrir nuestros egoísmos o compartirlos con nuestros círculos familiares o amicales de manera discriminadora e injusta.


Los muros que levantan las ideologías sólo se combaten con la práctica de las virtudes, con la búsqueda de la verdad y del bien, con la rectitud del pensamiento y de la acción. Tomo estas palabras de un texto de Rocío Chirinos y de María Luisa Palacios en su libro "Historia del Perú 4". Todo eso se sintetiza en una sola palabra: Caridad (y con mayúsculas). Es difícil, y la tentación de dejarnos llevar por la justicia por mano propia, al igual que por la acedia y por la soberbia, siempre nos van a acechar para quitarnos la paz interior y comunitaria. Pero por algo tenemos un modelo de hombre que nos enseña cómo desarrollar la Caridad mediante la gracia santificante contenida en una serie de armas "de salvación masiva": Jesús de Nazareth, a quien pronto agasajaremos este 25 de diciembre. La fiesta se aproxima, así que es tiempo de prepararse.