viernes, 22 de enero de 2016

And the Oscar goes to…

Tras su fundación en 1928, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood ha ido creciendo en poderío mediático, empresarial, cultural y hasta político en el mundo occidental. Empezó sin ceremonias previas ni estatuillas, y sólo se limitaba a comunicar los galardones por la radio, como un mero evento para agasajar a quienes destacaban por sus contribuciones artísticas y técnicas a la industria del cine. Hoy ese modelo sigue vigente en todo el mundo, pero la avalancha mediática de los Oscar opaca al resto de ceremonias recurriendo a su ejército de marketeros, paparazzis, twitteritos, periodistas acreditados, actores, actrices y anfitriones (demasiado) bien pagados y acicalados para mantener alta la expectativa en los resultados, muchas veces predecibles, hay que decirlo.
Las ceremonias de premiación en distintos festivales internacionales generan expectativa también, pero no concitan tanta atención como el Oscar. Berlín, Venecia, Cannes, San Sebastián, Locarno, Tribeca, Sundance, La Habana y Lima (hace pocos años) influyen a la hora de dar a conocer cine de autor, independiente, más reflexivo, más intelectual, más introspectivo y de mayor identificación con la sensibilidad colectiva del país anfitrión, además de promover a los jóvenes valores de la industria, aunque no sintonicen con los gustos de las masas, pues éstas ven al cine más como un medio de entretenimiento. Por ejemplo, los premios David di Donatello (Italia), César (Francia), Bafta (Inglaterra), Ariel (México) son también la expresión de una industria local que desea hacerse destacar gracias a la prensa farandulera. Sin embargo, los Globos de Oro suelen ser los premios más acertados, pues la prensa extranjera acreditada en Los Ángeles suele tener criterios más variados e informados a la hora de conceder esos galardones sin pertenecer a un sindicato.
La crítica de cine muchas veces cuestiona los criterios de los miembros de la Academia para premiar películas, incluso sin que a veces sus directores estén nominados. Dicen que tal película “se dirigió sola” o que esta otra “no es del gusto de la Academia”, etc. Los criterios son muy comprensibles, y es que el Oscar es entregado por una mezcla de criterios comerciales y artísticos inmediatistas basados en la popularidad o en el sentimentalismo, que no siempre atienden a la calidad intrínseca de la película en todos sus aspectos. Tal vez por eso sea evidente cómo algunos galardones caen en el olvido o son criticados al lado de otros mucho más meritorios. Claro, la Academia compensa esto otorgando premios-homenaje “a la trayectoria”, “a la contribución de fulano de tal”, como el Irving G. Thalberg o el Cecil B. De Mille (para Alfred Hitchcock y Kirk Douglas respectivamente), pero eso no siempre es cuestión de justicia, sino de imagen institucional. Mario Vargas Llosa concordaría con esta opinión tras escribir su ensayo “La civilización del espectáculo”, especialmente tras constatar la conversión de esta ceremonia, desde los años noventa, casi en un circo.
En esta oportunidad no se hará un análisis de las películas nominadas, ni tampoco una crítica a la política de la Academia. Más bien se hará un recuento de las películas premiadas con la codiciada estatuilla dorada, y que causaron sensación en la taquilla y en la crítica de entonces, pero que se condenaron a enterrarse en la tumba del olvido por parte de ese implacable sepulturero llamado el tiempo. Y eso no responde necesariamente a la mala calidad. El crítico de cine Ricardo Bedoya explica dicho fenómeno identificando cambios de sensibilidad y de gusto por parte de las nuevas generaciones, además de la evolución de los géneros cinematográficos, de acuerdo a las tendencias culturales de cada época, siempre en transformación. Los ejemplos son innumerables y las excepciones a la regla reflejan el talento y la proyección de cada realizador para ir contra los convencionalismos. Aquí la lista de Oscares olvidados:
Alas (1928): Gary Cooper en la primera película que ganó el Oscar, un drama bélico mudo por el cual nadie se acuerda. A diferencia de sus trabajos en “El secreto de vivir”, “El orgullo de los Yankees” y sobre todo, “A la hora señalada”.
La melodía de Broadway (1929): Dos hermanas bailarinas de vodevil y su rivalidad por un empresario del espectáculo. Hoy se ve casi como un documental que muestra el nacimiento del cine musical, pues la trama no tiene mayor originalidad.
Cimarron (1930): Es conocida la secuencia de la carrera de diligencias en esta epopeya que causó sensación en su momento, pero que ni Irenne Dunne pudo hacer trascender.
Cabalgata (1934): Las penurias de una familia británica durante el primer tercio del siglo XX. Palidece frente “Adiós a las armas”.
Motín a bordo (1935): Rebelión contra el tiránico capitán de un barco inglés durante una expedición por los Mares del Sur. Buena y atrapante película, pero opacada por la actuación de Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”, cuatro años después.
El gran Ziegfeld (1936): Tres horas de aburrimiento sobre la vida de Florenz Ziegfeld Jr., uno de los más exitosos empresarios de musicales para el teatro de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La vida de Emilio Zola ((1937): Técnicamente envejecida, pero interesante aproximación a la vida del escritor francés y su lucha por la libertad del capitán judío Alfred Dreyfuss.
Siguiendo mi camino (1945): La relación entre un cura católico joven y simpático y otro anciano y severo en una parroquia de pueblo. Sirve hoy como un llamado al entendimiento y a la caridad (eran los años de la Segunda Guerra Mundial), pero no logra hacer olvidar a “Perdición”, de Billy Wilder, quizá el mejor film-noir de la historia.
La luz es para todos (1948): Investigación periodística sobre el antisemitismo en Estados Unidos, con un joven Gregory Peck. “Grandes esperanzas” de David Lean le hace envejecer.
El espectáculo más grande del mundo (1953): un olvidado drama circense se impuso sobre esa maravillosa obra llamada “El hombre tranquilo” de John Ford.
Marty (1955): Un romance entre solitarios y poco agraciados personajes. Una historia muy realista y hermosa que urge reivindicar, pero que no encajaba en los estándares del cine romántico de Hollywood, con su típico rompecorazones.
La vuelta al mundo en 80 días (1946): Aventura en varios parajes internacionales para lanzar en Hollywood a Cantinflas. Le ganó a la monumental “Los 10 mandamientos” y siempre se le criticará a la Academia por eso.
Tom Jones (1964): Las correrías y juergas de un libertino bastardo educado como un caballero durante el siglo XVIII. Hoy mediocre y poco divertida, se impuso sobre las espectaculares “Cleopatra” y “América, América”.
En el calor de la noche (1967): Un policial antirracista con canciones de Ray Charles fue preferido sobre dos obras maestras incontestables: “Bonnie & Clyde” y “El graduado”.
Oliver! (1968): Versión musical de “Oliver Twist” del gran Charles Dickens con excelentes números de baile, pero “Romeo y Julieta” de Franco Zeffirelli es aun más recordada.
Gente como uno (1981): Un drama adolescente con conflictos familiares fue preferido en vez de las hoy clásicas “Toro salvaje” y “El hombre elefante”.
La fuerza del cariño (1984): La relación entre una madre y su hija a lo largo de los años se impuso sobre “Elegidos para la gloria” (la mejor película de Philip Kaufman trata de la historia de la conquista espacial estadounidense).
África mía (1985): Técnicamente impecable drama romántico sobre una escritora danesa que se establece en Kenia a comienzos del siglo XX. Lo siento, pero “Testigo en peligro” con Harrison Ford tiene mayor intensidad y realismo.
El último emperador (1988): La historia de Pu Yi, último emperador de China, en una superproducción de interés histórico, pero con poca intensidad dramática, no fue ninguna sorpresa en la ceremonia del Oscar, mientras que “Atracción fatal” se volvió inolvidable.
El paciente inglés (1996): Sobrevalorada, trágica, ambiciosa y pesimista historia de un conde y cartógrafo húngaro que le cuenta su romance adúltero a una enfermera canadiense en las ruinas de un monasterio abandonado en la Italia de la Segunda Guerra. La corrosiva “Fargo” se disfruta mucho más.
Shakespeare enamorado (1999): Nadie se explica cómo pudo ganar esta convencional producción a la obra maestra de Terrence Malick “La delgada línea roja”, porque su sólo encanto teatral no fue suficiente para que el tiempo la declare clásica.
Chicago (2003): Espectáculo musical típico de Broadway hecho para complacer al gusto gringo, pero que se encoge al lado de la inolvidable “El pianista” de Roman Polanski.
Crash: Alto impacto (2006): Las historias cruzadas sobre el racismo en la ciudad de Los Ángeles prevalecieron sobre las desgarradoras “Secreto en la montaña” y “Munich”. Primó la corrección política en esta edición.
Quisiera ser millonario (2009): La simpática historia del muchacho que participa en el popular programa de preguntas y respuestas es un homenaje al cine indio, pero que no deja mayor huella, a diferencia de “Frost-Nixon: la entrevista del escándalo”. Además, surgieron numerosas críticas por no haber nominado a “Batman, el caballero de la noche”, hoy convertida en un clásico. La Academia, desde entonces incrementó el número de películas nominadas a diez, para luego bajarlas progresivamente a ocho.
El artista (2012): Es un buen homenaje al cine silente, pero carece de innovación y riesgo, al lado de la excepcional y filosófica “El árbol de la vida”. Aun es prematuro ver cómo trata el tiempo a las oscarizadas “Argo”, “12 años de esclavitud” y “Birdman”. Así que, hagan sus pronósticos, vean las caras bonitas que más les gusten, admiren los mejores vestidos, inventen memes, comenten las curiosidades, coman canchita y gaseosa con sus amigos y parejas y disfruten de la transmisión por TNT (y no es por hacerle “cherry” al canal) porque tras la muerte del carismático Pepe Ludmir, nadie (ni Bruno Pinasco) lo ha podido igualar como presentador, y menos en señal abierta. Tendremos que rezar para que llegue un digno sucesor. Mientras tanto, conformémonos con oír esa frasecita cliché “And the Oscar goes to…”.