jueves, 2 de marzo de 2017

Ad Maiorem Dei Gloriam


Se estrenó en la cartelera peruana la película "Silencio" de Martin Scorsese y hay quienes irán con expectativa a verla, sabiendo de la innegable habilidad de este cineasta italo estadounidense para retratar historias de violencia ("Taxi driver"), excesos ("El lobo de Wall Street"), ascensos y caídas ("Toro salvaje"), crimen organizado ("Buenos muchachos"), entre otras. Hay quienes incluso en medios católicos ha elogiado la película por su retrato de la situación que se vivió en el Japón feudal de mediados del siglo XVII por la persecución a la que fueron sometidos los cristianos por parte del Shogunato Tokugawa durante 250 años y por los esfuerzos de los misioneros jesuitas por difundir el evangelio en el Imperio del Sol Naciente, además de la crudeza y realismo de las escenas de martirio. Incluso el Papa Francisco recibió al propio Scorsese en audiencia privada después de la proyección de la película en el Vaticano. Después de todo, fue un proyecto que se gestó hace 27 años y por el cual Scorsese demoró en conseguir financiamiento. Seguramente pensarán que con ese gesto del Papa la Iglesia aprueba esta película y que los católicos deberían verla.

 

Pero no. Es mejor no dejarse guiar por las apariencias sino informarse previamente del mensaje del filme para desarrollar una opinión más sólida y en el presente artículo vamos a demostrarlo punto por punto. Para ello compararemos "Silencio" con otra película de temática jesuítica llamada "La misión". Ambas muestran la labor evangelizadora de la orden fundada por San Ignacio de Loyola en países distintos en épocas distintas, pero la diferencia en el mensaje de ambas es rotunda: mientras que en "Silencio" el tema es la apostasía para evitar el dolor, en "La misión", lo es el sacrificio por amor a quienes han recibido el mensaje del Evangelio. Esos mensajes finales son la muestra de la visión de los realizadores de ambas películas y sus posturas ante el miedo, el dolor y la muerte. Empecemos.


"Silencio" adapta la novela de Shusaku Endo. Dos jesuitas portugueses, los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver, el Kylo Ren de "Star Wars"), viajan a Japón para buscar a su mentor, el padre Cristobao Ferreira (Liam Neeson), del cual se rumorea que apostató públicamente. Los jóvenes sacerdotes no pueden creer que su guía espiritual haría tal cosa, por ello están motivados a encontrar la verdad; y si Ferreira negó a Cristo, se sentirían obligados a salvar su alma. Ellos son guiados en el país por Kichijiro (Yosuke Kubozuka), que le confiesa a Rodrigues que es un apóstata. Cuando alguien es sospechoso de ser cristiano, se ve obligado a pisar imágenes de Jesús o María talladas en bronce o en madera. Por esta negación de la fe generalmente se ahorra la tortura y la ejecución. Kichijiro escapó del sufrimiento al pisar una imagen, mientras que los miembros de su familia rechazaron negar a Cristo y fueron quemados vivos.


En 1614 empezaron las persecuciones del Estado contra los cristianos. Unos mil católicos murieron mártires de forma directa, en ejecuciones. Varios miles más murieron de enfermedades y pobreza al serles confiscados sus medios de vida. Cronistas holandeses (hostiles al catolicismo) que estaban en Japón en esos años explican que las autoridades japonesas inventaron una tortura novedosa que antes no se aplicaba en el país: la fosa. Estaba diseñada para lograr mucho sufrimiento con poco daño físico inmediato, alargar la vida de la víctima y lograr que renunciase al cristianismo. Las autoridades buscaban desesperadamente apóstatas: cristianos que renunciasen públicamente a la fe y anunciasen que era absurda y dañina. Y lo que más deseaban era que algún sacerdote europeo cediese. La fosa consistía en colgar boca abajo, por los pies, al preso, pero ceñido muy fuertemente por cuerdas, lo que impedía que la sangre bajase de golpe hacia la cabeza. Se tardaba unos 10 o 12 días en morir, pero un par de días podían bastar para que el preso, ya con las facultades mentales claramente mermadas, renunciase a la fe cristiana. La persecución de cristianos de esta época era absolutamente profesional y sistemática y empleaba infiltrados, agentes secretos, policía especializada, pasquines, recompensas, delatores, sobornos; es decir, todas las herramientas de un Estado moderno y casi policial.


En 1633 pasó algo que conmocionó a los misioneros cristianos de todo el mundo. Cristobao Ferreira, misionero portugués, que había quedado como superior de los jesuitas en Japón tras el martirio de sus predecesores, apostató tras 5 horas de tortura en la fosa de Nagasaki. Ferreira abandonaba a compañeros en la misma fosa como el Beato Julián Nakaúra, que de adolescente había visitado Roma y ahora tenía más de 60 años. "Hasta vuestro superior os abandona, ¡apostatad!", señalaban los verdugos. Pero casi todos los demás clérigos de ese grupo perseveraron. Ferreira tenía 53 años, era jesuita desde hacía 37 y había sido un misionero clandestino durante 19 años. Había vivido dos décadas de persecución y peligros. Él era quien enviaba a Europa crónicas de los martirios de sus feligreses y compañeros. Y ahora cedía en 5 horas. Por eso los historiadores hablan de "el enigma Ferreira". Lo casaron con la viuda de un criminal extranjero ajusticiado y durante unos años vivió en gran pobreza. Usaba nombre japonés y ropas japonesas y se le asignó un templo budista. Después, las autoridades empezaron a contratarlo como traductor de español, portugués, latín... y para juicios e interrogatorios de misioneros capturados. Más tarde tradujo obras de matemáticas y astronomía.


Conociendo al apóstata

A Ferreira incluso se le atribuye un libro escrito en 1636 titulado "La superchería desvelada", de propaganda budista-confuciana, que busca refutar las enseñanzas cristianas. Lo encontró un historiador en la década de 1920. Pero sólo hay una copia, manuscrita, y es extraño que las autoridades no lo imprimiesen y divulgasen. Muchos historiadores dudan de la autoría de Ferreira, aunque quizá él participó parcialmente. Al principio, algunos comerciantes portugueses lograron llegar a casa de Ferreira y hablar con él. Ellos explicaban después a los jesuitas que él vivía muy avergonzado, que no tenía relación con su esposa más que dejar que le hiciera la comida. Los comerciantes le animaban a volver a la Iglesia clandestina, lo que implicaría pronto morir mártir. Él escuchaba y no respondía. Luego los contactos fueron escasos. Por todo el mundo, novicios jesuitas se ofrecían para morir mártires donde la Compañía decidiese y expiar la apostasía de Ferreira. Además, al menos tres expediciones de jesuitas llegaron a Japón con el objetivo de devolverlo a la Iglesia. El primero, Marcello Mastrilli, llegó en 1637, lo detectaron, le torturaron 3 días en la fosa y luego lo decapitaron. El segundo grupo, con Pedro Kibe a la cabeza, llegó en 1639: atrapado el líder, murió mártir en la fosa. El tercer grupo, el de Antonio Rubino, fue atrapado en 1642. A su juicio acudió el mismo Ferreira como traductor y al parecer, tras 9 años como apóstata, animó a los jesuitas a ceder también ellos y salvar su vida, cosa que hicieron.

Aquí es donde parte de la trama y del desenlace será revelado, por lo que te advierto que si vas a ver la película y no te gusta que te cuenten el final, dejes de leer este artículo. Martin Scorsese, antiguo novicio jesuita antes de convertirse en cineasta, introduce una idea ambigua sobre hasta dónde debe llegar la fe y el sufrimiento. Ferreira le dice a Rodrigues que no hay verdaderos conversos japoneses, sino que nunca tuvieron realmente fe; no creían en Jesús como Hijo de Dios. Sin embargo creían que el verdadero "Hijo" era el orbe rojo que se levanta por la mañana. Decía que solo eran un puñado de paganos, que cuando eran martirizados no morían por la fe en absoluto. No queda claro si este discurso es entendido por Scorsese como una evaluación real del catolicismo japonés o si Ferreira simplemente está tratando de desmoralizar a su ex discípulo. Si es lo primero, entonces ciertamente no hay cristianismo auténtico en Japón, los mártires son fanáticos cabezas huecas y el espectador se ve obligado a lidiar con esta posibilidad.


En el clímax de la película le muestran a Rodrigues varios campesinos en la terrible tortura de la fosa y dicen: "ellos ya han apostatado muchas veces, eres tú el que has de apostatar si quieres que dejemos de torturarlos". No está claro si históricamente se usaron rehenes así para presionar a los jesuitas, pero esa es la "opción del diablo" de la película y la novela. Si solo pisara el fumie colocado en el suelo, la tortura terminaría. Ferreira lo está instando, como Rodrigues mismo había instado a otros, a pisar el rostro de Jesús. ¿Por qué Scorsese nos da un Cristo que da permiso para fallar? Puesto que Rodrigues recomienda la apostasía solo para evitar el sufrimiento, se podría concluir que el sufrimiento triunfa sobre la fe, que para el bien de evitar el dolor horrible, la negación de Cristo está justificada, ya que es Jesús quien lleva esta cruz por tu dolor. Al final, todo lo que importaría es la presencia silenciosa de Dios para aquellos que sufren. Es una debilidad notoria de la película que exista poco desarrollo del carácter con respecto a esta crisis de fe.


Sin embargo, este es un mensaje distorsionado, especialmente cuando se considera que a los ojos de Dios el sufrimiento humano tiene valor salvífico, como decía el propio San Pablo: "Aun ahora encuentro mi gozo en el sufrimiento que soporto por vosotros. En mi propia carne lleno los sufrimientos de Cristo por causa de su cuerpo, la Iglesia". Además, muchos críticos olvidan que si en la novela original de Shusaku Endo la voz de Cristo que Rodrigues oye puede entenderse como una alucinación, en la película, en cambio, es un hecho. Cristo habla, con voz propia, no con la voz de la mente de Rodrigues y le dice que "lo pise". La escena de la confesión (cerca del desenlace) sería el clímax de la película, y por lo tanto "Silencio" trataría sobre la presencia silenciosa de Dios para todos, incluso para aquellos que fracasan. Pero este posible clímax se ve abrumado por el inquietante permiso de Cristo a fracasar (y pecar, dicho sea de paso). No queda nada del Cristo de los Evangelios que, en lugar de ordenar a sus fieles seguidores que lo pisoteen, los llama a seguirlo hasta la Cruz. Munilla, el Obispo de San Sebastián, España y crítico con la película, considera que lo que se está planteando es que los que iban al martirio eran los fieles más sencillos que no tenían formación teológica y cultural. Pero los jesuitas, que estaban más formados, terminaban apostatando. Como si con la fe adulta de los jesuitas se les puede permitir hacer esta distinción: "apostato por fuera aunque por dentro siga siendo cristiano; pero el pueblo menos formado debe ir al martirio de cabeza". Eso, históricamente, es falso. En aquel momento los evangelizadores que predicaron al pueblo fueron los que abrieron el martirio, quienes iban por delante”, detalló. Además, "el martirio es una gracia. Llegado el momento Jesús da esa gracia para que no caigamos en el pecado de la apostasía. Ese don gratuito que supera nuestras fuerzas, Dios lo dará en la medida que seamos fieles y humildes”, aclaró.


Y aún así, después de 250 años sin sacerdotes, cuando llegó la libertad religiosa a finales del siglo XIX se descubrió que aún quedaban unos 30.000 cristianos en Japón (sobre los 300.000 que había habido hacia el año 1620). Hay quien plantea que es sospechoso que la novela de Shusaku Endo se difundiera mucho en los años 60, mientras que las historias de autores cristianos japoneses que muestran ejemplos de mártires constantes no se hayan difundido. Sin embargo, en "Silencio", de Scorsese, vemos también muchos mártires sinceros, sobre todo en la escena de la crucifixión en la playa. Por otro lado, tiene sentido mencionar, como hace Roy Peachey en la revista First Things a esos autores japoneses católicos que nadie traduce: Sono Ayako, Miura Shumon, Shimao Toshio, Tanaka Chikao, Tanaka Sumie, Takahashi Takako y Kaga Otohiko. Peachey escribe: "Kaga Otohiko es un ejemplo particularmente interesante. Se convirtió al catolicismo por influencia de Shusaku Endo, y escribió sobre Ukon Takayama, el samurai que se convirtió al cristianismo" [y murió en las Filipinas españolas, exiliado]. "Las novelas sobre la fe no siempre son populares entre los editores occidentales, así que la novela sobre Ukon Takayama no se ha traducido".


Hoy las tierras de Siria, India, Pakistán, China, Irak, Egipto, Nigeria, Chad, Sudán, Libia, Yemen… están siendo regadas por las lágrimas y la sangre de quienes han mantenido viva su fe, y han sufrido y siguen sufriendo a causa de la misma. ¿Recomendarías, lector, a estos cristianos perseguidos y amenazados que vean “Silencio” diciéndoles que es una película muy buena (aunque la película esté dedicada a ellos y aparezca la frase en latín "A la mayor gloria de Dios")? ¿Tú crees que a los sacerdotes, les será muy edificante el contraejemplo de los jesuitas apóstatas de “Silencio”? Porque en contraposición con esta película, "La misión" ofrece la visión noble, recta y perseverante de la fe vivida de acuerdo al Evangelio y al carisma ignaciano, a pesar de su trágico desenlace. Ahora lo demostraremos.



"La misión" es una película británica de 1986 interpretada por Robert De Niro, Jeremy Irons, Ray McAnally, Liam Neeson y Aidan Quinn en los papeles principales (todos 30 años más jóvenes), ganadora de varios premios cinematográficos internacionales, entre ellos la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Oscar a la mejor fotografía. Su director, Roland Joffé, británico de ascendencia francesa, había realizado antes una impresionante película de denuncia sobre el genocidio de Camboya, The Killing Fields (Los gritos del silencio, 1984). El guionista de "La Misión" Robert Bolt tenía en su haber, entre otros trabajos excelentes, el de "Un hombre para la eternidad" (1966). David Puttnam, el productor, está ligado a "Carros de fuego" (1982), otra oscarizada película, por su belleza y valores humanos.


La película comienza junto a las cataratas del Iguazú, donde los misioneros jesuitas intentan atraer a la fe y la civilización a los nativos guaraníes que vivían en la selva. Tras el martirio de uno de los misioneros de la Compañía al ser crucificado y arrojado a las cataratas (una escena que me marcó mucho cuando la vi por primera vez), el padre Gabriel (Jeremy Irons) encabezará la labor pastoral en solitario acompañado de una Biblia y un oboe. Poco a poco su labor va cuajando hasta que pasado el tiempo (apoyado por otros sacerdotes y misioneros jesuitas) logra crear las reducciones en la zona. Estas fueron una especie de comunidades autosuficientes donde los guaraníes eran evangelizados (apartándolos de sus temores e instruidos en las destrezas técnicas y culturales europeas en el uso de herramientas para la agricultura, la música, etc.) además de protegerlos de los tratantes de esclavos. Esta última práctica estaba prohibida por las Leyes de Indias dictadas por los reyes de España, pero, en aquel lugar tan apartado del mundo y con la jugosa compra-venta que hacían los portugueses de los indios capturados (en territorio luso sí estaba permitido), las autoridades locales españolas no sólo hacían caso omiso de la ilegalidad de estas prácticas, sino que se lucraban con ello.


En el medio de esta labor misionera, el capitán Rodrigo Mendoza (Robert De Niro), un traficante de esclavos, mata en un duelo a su hermano menor (Aidan Quinn) tras sufrir el rechazo de la mujer que amaba. A raíz de esto, Mendoza sufre la culpa por la muerte de su hermano y por los nativos cazados, pero es acogido por la orden jesuita en la ciudad. Pese a ello no logra perdonarse a sí mismo, por lo que el padre Gabriel le invita a la reconciliación con Dios, con los guaraníes y consigo mismo al proponerle ir con él a la selva y ayudar a la labor que llevaban a cabo en una de sus reducciones. Mendoza acepta, cargando voluntariamente con sus armas y bagajes, por un territorio accidentado, hasta donde viven libremente los guaraníes. Allí es perdonado por estos (que lo reconocen) y liberado espiritualmente de toda la carga pasada. Sin duda, es la escena más conmovedora de todo el filme. La labor misional va viento en popa, hasta que la situación geoestratégica internacional complica la permanencia de las misiones. El nuncio de Su Santidad, cardenal Altamirano (Ray McAnally), es enviado a aquellas tierras para hacer desaparecer las reducciones jesuitas a través de la vía diplomática y no soliviantar a las potencias española y portuguesa.


El corazón y la inteligencia, la labor pastoral y las exigencias políticas de la época harán dudar al nuncio, que, sin embargo, cederá ante las presiones recibidas creyendo erradamente, de este modo, salvar a la Orden y cumplir con su servicio a la Iglesia. Porque años más tarde estalló la Guerra de los Siete Años (1756–1762), que se desarrolló tanto en Europa como en América y Asia. Poco más tarde (1767), la Compañía de Jesús fue expulsada de todas las posesiones de la Monarquía Hispánica —hecho que ya se había dado con anterioridad en otros reinos cristianos como los de Portugal o Francia— y que, en conjunto, fue un desastre para los virreinatos americanos. Al final del largometraje se dará la cruenta lucha que afrontarán ahora los jesuitas de las misiones guaraníes y que será de dos tipos; tanto pacífica y espiritual (padre Gabriel), como violenta y mundana (hermano Mendoza), ante la política de incorporación de aquel territorio a la Corona de Portugal, por medio de las armas.


Un poco de historia

El deseo de españoles y portugueses de resolver de mutuo acuerdo sus diferencias fronterizas en Sudamérica llevó en 1750 a la firma en Madrid del discutido tratado de Límites o de Permuta, entre los gobiernos de España y Portugal, para reemplazar la obsoleta demarcación establecida por el acuerdo de Tordesillas de 1494. Carlos III, considerando excesivamente favorable a los portugueses el tratado de Límites, lo revocaría nada más iniciar su reinado, aunque demasiado tarde para las misiones guaraníticas en cuestión. Según las estipulaciones de este tratado, España, a cambio de recibir la Colonia del Sacramento (un asentamiento portugués asomado al Río de la Plata, frente a Buenos Aires) reconocería un desplazamiento de la frontera de Paraguay hacia el oeste y, concretamente, se comprometía a entregar a los portugueses los territorios entre los ríos Uruguay e Ibicuy. Allí se encontraban siete misiones jesuíticas. Entre ellas la de San Miguel que aparece en la película.


La aplicación del tratado de Límites fue muy conflictiva y se produjo la resistencia indígena a abandonar las reducciones. En términos generales, los jesuitas, aunque trataron de proteger a los indios y fueron solidarios psicológicamente con ellos, no parece que hicieran resistencia física, ni que hubieran alentado a los indios a la lucha armada. De modo que la actitud de alentamiento al combate militar e incluso la participación en él, que vemos en la película encarnada en Mendoza y algún otro compañero, si se dio, no fue la actitud general. Los jesuitas, después del Padre Mariana y del regicidio de Enrique IV de Francia a comienzos del XVII, habían moderado su actitud sobre la legitimidad de la violencia en casos extremos. De hecho en la pesquisa o investigación llevada a cabo por el obispo La Torre, de Paraguay, en 1758, se exoneraba de responsabilidad a los jesuitas en ese sentido. Es quizás en esta investigación y visita en la que se inspira el personaje del alto dignatario eclesiástico que aparece en el film, mezclando datos del Comisario general Lope Altamirano.


En la película, entre lo que vemos y lo que se nos dice, nos hacemos una idea de esa peculiar experiencia humana de las reducciones. Así, de la organización comunal del trabajo, y en buena medida de la propiedad; del modo de evangelización de los jesuitas, basado en el aprecio de muchos los rasgos de la cultura guaraní, como su lengua o su afición y aptitud para la música. De hecho la música, y la flauta más en concreto, es una de las claves simbólicas de la película. El componente de radicalismo social, su envidiada prosperidad (basada en buena parte en el cultivo de la hierba mate) y la concentración de los guaraníes que escapaban a la esclavitud, unida a las tensiones derivadas del regalismo borbónico, hicieron que estas reducciones estuvieran bajo sospecha doble o triple: de los colonos o pobladores de los territorios españoles y portugueses limítrofes, de las autoridades políticas virreinales y de algunas autoridades eclesiásticas: todo ello queda reflejado en el film.

El éxito de "La Misión" se explica por varias razones. Sin duda, la grandiosidad y belleza de su escenario: especialmente las cataratas del Iguazú y las selvas tropicales circundantes, en la zona limítrofe entre Paraguay, Brasil (estado de Paraná) y Argentina (estado de Misiones). También por la intensidad dramática y expresiva de sus imágenes, que tienen el ritmo, la espectacularidad y el poder de captación de una película de aventuras. Y por último, pero no menos importante, la importancia y la calidad de la problemática que plantea: el encuentro entre dos culturas y las implicaciones de la fe cristiana en el compromiso temporal. Dos grandes cuestiones que trascienden el marco histórico concreto al que se refiere la acción principal de la película: las misiones o reducciones jesuíticas del Paraguay en el año 1750, durante el reinado de Fernando VI de España. El hecho de que la esposa de éste, Bárbara de Braganza, fuera portuguesa tendría, su repercusión en la problemática presentada en el film.


Ante todo, la película nos introduce en el conocimiento visual de lo que fue esa peculiar experiencia misional y sociológica de las reducciones del Paraguay. Estas reducciones o misiones del Paraguay, centros de población guaraní dirigidos por la Compañía de Jesús, habían sido fundadas, por concesión de Felipe III, a principios del siglo XVII y, en su momento de máximo esplendor y desarrollo, en la primera mitad del XVIII, llegaron a abarcar unos 300.000 indígenas en 30 poblados (centrados en torno a las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay). Debido a su importancia, y a su escasa o nula dependencia de las autoridades políticas virreinales, algunos coetáneos hablaron del "imperio jesuítico del Paraguay". Si las reducciones del Paraguay han sido las más célebres ello se debió, en parte, a su prosperidad cultural y económica; y también a que su triste final conmovió a Europa y su destino quedó ligado a la polémica histórica (y después historiográfica) sobre la expulsión de los jesuitas de un gran número de países europeos.



La película hace un magistral uso de la música de Ennio Morricone (uno de sus trabajos más destacados como compositor), desde el momento en que la interpretación de un oboe en mitad de la selva se transforma en el elemento que lleve a los guaraníes a aceptar la prédica del jesuita. Los nativos luego se transformarán en diestros artesanos de instrumentos musicales y como forma de probar su avance en su grado de civilización, mostrarán sus cantos corales a la comisión internacional. Tras el dramático final el epílogo muestra una escena donde un grupo de niños indígenas cargan un instrumento musical en su canoa, como muestra que algo quedó del aporte de los jesuitas. Hay unas magníficas frases finales del eclesiástico que escribe el relato, ante la pretensión justificadora de la masacre que le ofrecen los gobernantes: "El mundo no es así; nosotros lo hemos hecho así, yo lo he hecho así". No todo es necesidad, existe la libertad moral. A partir de ahí se abre una esperanza, de que el compromiso cristiano tenga una mayor eficacia transformadora de las relaciones entre los hombres y de que éstas puedan seguir otras pautas que las del dominio y la ley del más fuerte.


En conclusión, "Silencio" y "La misión" abordan la labor jesuita desde ópticas antagónicas. Scorsese tiene prestigio como cineasta, pero la ambiguedad de sus personajes y los conflictos de fe que plantea son el reflejo de una fe que no ha logrado consolidarse de manera exitosa a lo largo de su vida, sino que la duda y el dolor parecen tener la última palabra al momento de decidir resignado con un corazón dividido. Podría llamarse a eso la fatalidad de la incoherencia y el posterior tormento de la conciencia. Joffé, en cambio, muestra una fe entregada por amor a Cristo, reflejado en esos guaraníes que huyen de la esclavitud y buscan un lugar más humano en el mundo, donde su dignidad sea respetada y se les estimule a ser mejores como miembros de una comunidad. Eso, a costa del sacrificio personal, mostrado de forma elocuente en la procesión eucarística, mientras los soldados portugueses incendian la misión y disparan despiadadamente contra los nativos, muchos de ellos, mujeres y niños. ¿Cuál de los dos mensajes es estimulante para el alma que busca a Dios a través del sétimo arte? No me respondas a mi. Pon esta pregunta a los pies de la cruz y deja que Cristo, a través de la oración, te conteste con sabiduría y misericordia.