lunes, 6 de julio de 2015

Laudato si: Todo está conectado

Aprovechando la visita del Papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay en estos primeros días de julio, creo que ésta es la propicia ocasión para emitir mi comentario personal tras haber leído su encíclica Laudato si. Esto nace tras leer numerosas columnas periodísticas en diversos medios sobre el contenido de la misma, a la cual se le achaca un contenido puramente ambientalista o pesimista sobre el futuro del planeta y de los efectos nocivos que ocasiona un crecimiento y consumismo desenfrenados. Para dar un comentario más certero sobre este documento es necesario hacer una declaración de verdad ante esta pregunta: ¿han leído TODA la encíclica? ¿Con sus más de 180 páginas? ¿O se han limitado los "expertos" a leer los puntos más polémicos y opinables que atañen a la economía, la tecnología o el estilo de vida de la sociedad de consumo, porque los otros temas teológicos, espirituales y caritativos les aburren? Si se contesta con sinceridad, diríamos que pocos darían respuestas afirmativas.
Porque Laudato si es un documento que no busca hablar "ex cathedra" en los temas relacionados al medio ambiente que los especialistas conocen mejor, sino hacer un llamado de atención sobre nuestra manera de tratar a nuestra "casa común", es decir, como administradores de la Creación y no como dueños de ella. Éste debe ser el punto de partida para captar el mensaje de la encíclica. Si nos limitamos a analizarla desde la óptica puramente economicista, se le va a acusar al Papa de oponerse al desarrollo de los pueblos y a los beneficios del libre mercado y un largo etcétera. Por ejemplo, el economista Ian Vásquez en su columna "Hay que diferir con el Papa" opina que la encíclica del Papa es justamente una crítica al libre mercado que ignora o minimiza la rapidez y escala del progreso humano. El Papa se equivoca también al acertar, como tantos que le precedieron, que nos espera la catástrofe si no implementamos un cambio fundamental que les da todavía más poder a la clase política y a las burocracias internacionales. (...) Felizmente, la encíclica invita a “un debate honesto”, cosa que el padre Robert Sirico –quien tilda buena parte del documento de “imprudente”– y otros en la Iglesia ya empezaron.
Pero quizás el comentario más crítico que he encontrado es el de Eugenio D'Medina Lora en el diario Correo, en el que dice que Francisco incurre en tres errores que evidenciarían que sus ideas están capturadas excesivamente por la ideología de izquierda, que lo ha llevado, de manera oficial y permanente, a comprometerse con una de las banderas más cuestionables del socialismo internacional: (...) El primero, en validar la hipótesis de que el cambio climático -que nadie niega- es resultado del quehacer humano y no del ciclo natural del planeta. (...) El segundo error está en que el Papa no dice que es precisamente el capitalismo que él deplora lo que ha sacado a tantos millones de la pobreza desde la revolución industrial del siglo XVIII, y más aceleradamente desde las últimas dos décadas del siglo XX, justo a partir de la caída de los regímenes más anticapitalistas que registra la historia universal. (...) Pero es el tercer error el más grave. Francisco niega que el crecimiento económico sea necesario para resolver el problema del hambre y de la pobreza, y reactivó de un plumazo la cincuentera teoría de la dependencia al plantear que los países en desarrollo están a la merced de las naciones industrializadas que explotan sus recursos, en una relación estructuralmente perversa.
Con este par de ejemplos ilustrativos sorprende que en nuestro medio muchas críticas a esta encíclica no provengan de teólogos o ecologistas, sino de los defensores del modelo neoliberal, la desregulación y el consumismo. El argumento parece ser que el crecimiento económico a todo vapor permitirá que mágicamente aparezcan tecnologías verdes que desvirtúen las amenazas ecológicas de las que el Papa nos alerta: la tecnología de combustibles fósiles contaminantes, el calentamiento global, el empobrecimiento de la biodiversidad, la polución desenfrenada de ríos y ciudades, entre muchas otras calamidades cuyo origen está en las actividades extractivas del hombre. Incluso se ha llegado a decir que solo la extracción informal daña el planeta.
El Papa, conocido en sus homilías por su estilo sencillo, directo y minimalista cuando celebra la misa en la Casa Santa Marta, mete el dedo en la llaga y nos hace ver (de manera involuntaria, creo yo) que los líderes del pensamiento único liberal han divinizado el mercado excluyendo de él toda referencia a la moral. La cosa no deja de ser cierta porque los liberales muchas veces están situados en una postura muy cómoda con respecto a las cuestiones morales, considerándolas puramente subjetivistas. Si en el pasado la izquierda ideológica se enfrentaba a la moral cristiana abiertamente, la derecha ideológica ha conseguido introducir en el pensamiento único un principio absolutamente falaz: que la economía de mercado es una ciencia exacta y que la moral no tiene nada que ver con ella. Pienso que los temas a los cuales Francisco hace hincapié en su encíclica son los siguientes: 1) Volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses. 2) La “ecología humana” (a la que aludía Benedicto XVI en su Discurso a los miembros del Parlamento Federal Alemán, el 22 de octubre de 2011 en Berlín) porque “también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo". 3) Su defensa de la familia, su fuerte crítica al “relativismo cultural” y su condena a aquellos que proponen el control de la natalidad y el aborto como soluciones a los problemas ambientales. Dichas políticas internacionales sólo sirven para reforzar la injusticia económica y la degradación ambiental.
Como cinéfilo, me permito citar tres películas que tocan de manera directa el tema del medio ambiente y el llamado para un manejo responsable de nuestro único hogar: "La verdad incómoda" de Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos, impartiendo una clase magistral y contando parte de su vida y sus motivaciones para ingresar en la política y en la causa ecológica; "La última hora", con Leonardo Di Caprio como narrador y ambientalista comprometido y la notable "Océanos", todo un monumento cinematográfico a la belleza de nuestros mares. Cada película, en su estilo, apela a la responsabilidad colectiva y a la creación de una conciencia que lleve a dejar un mundo limpio a los seres humanos que nos sucederán. No obstante, el Papa Francisco, con su encíclica va directo al corazón humano, fuente de todos los actos, sentimientos y pensamientos del hombre, y a donde necesitan dirigir nuestras oraciones a Dios con humildad para lograr una conversión sincera que ayude a restablecer los niveles de ruptura y lograr la reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con nuestro prójimo y con la creación, tal como lo menciona Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana. Como bien se repite en la encíclica "todo está conectado". Ojo que esto no debe entenderse como una frase panteísta.
Para terminar, comparto la opinión de Monseñor José Horacio Gómez, Arzobispo de Los Ángeles (Estados Unidos), como un antídoto para los estilos de vida consumistas y para la cultura del desperdicio, el Papa Francisco propone como antídoto para estos males la espiritualidad cristiana. Nuestra fe, dice, nos lleva a un estilo de vida, a “una actitud del corazón” que se caracteriza por la moderación, la humildad y la gratitud; y encuentra la felicidad en las pequeñas cosas de la vida y “se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido”. En la misma línea, el Santo Padre propone el ejemplo de los santos. No sólo el de San Francisco de Asís, de quien tomó su nombre y cuyo canto de alabanza a la creación fue la inspiración para esta carta, sino también el de Santa Teresa de Lisieux y su “pequeño camino del amor” cuya práctica nos ayuda a “no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad”.