martes, 5 de abril de 2016

El mal menor

No a Keiko. No a Alan, No a Toledo. No a Verónica, No a PPK, No a Barnechea. No a Santos. “¡¿Qué?! ¿Cómo le vas a decir “No” a mi candidato? ¿Cómo vas a votar por ese otro? ¡Si es un corrupto, mentiroso, vago, infiel, mafioso, pegalón, argollero, narco, racista, retrógrado, borracho, ignorante, resentido, lobbista, hipócrita y antipático! En cambio mi candidato es honesto, churro, transparente, ejemplar, fiel, caritativo, piadoso, dialogante, respetuoso, tolerante y trabajador. Así que si votas por ese otro candidato, me das lástima porque eres como él y ni siquiera mereces mi amistad, ¡Lárgate, vendido, corrupto de mierda!” ¿Te suena conocido ese tipo de reacción? No me digas que no, pues a puertas de las elecciones presidenciales, el lodo está volando gracias a la prensa y a las redes sociales como si el aire contaminado citadino no fuera suficiente.
Decidí escribir sobre este tema, pese a mi renuencia inicial, pues es bien conocido que la política, la religión y el fútbol dividen a los humanos, ya que muchas veces interpelan a opiniones, gustos, tradiciones y creencias profundamente arraigadas en nuestros corazones por diferentes motivos. A pesar de eso, los cambios y las conversiones son parte de la vida, porque ésta te lleva muchas veces por senderos llenos de sorpresas que hacen que la experiencia de cada ser humano sea única e irrepetible. Aún así, siento necesario expresar mi parecer sobre la más que evidente polarización de la sociedad peruana ante la cercanía del 10 de abril de 2016.
Las autoridades de la Iglesia, del Estado y del sector privado siempre invocan a la población a comportarse mesuradamente y a rechazar toda expresión de violencia. Eso está bien, pues ésta es el reflejo de nuestra inmadurez cívica, pese a que faltan cinco años para cumplir doscientos años de vida como nación soberana e independiente. La intolerancia es propia de regímenes dictatoriales a los que no les importa pisotear las leyes y la moral para imponer su proyecto ideológico sobre todos, incluso si están barnizados de “democracia”, “derechos humanos”, “libertades civiles”, etc. De hecho, muchos gobiernos han apelado a palabras bonitas como “diálogo”, “concertación”, “patria”, o “pueblo”. Y muchas veces los votantes chibolos han sucumbido a la seducción de los discursos plagados de una retórica florida, de una cara nueva, carismática, joven y sonriente y de promesas que rara vez se cumplen. Tienen que vivir, caerse, levantarse, sobarse y aguantarse los moretones. En otras palabras, madurar para que se les caiga la venda de los ojos.
El problema de nuestro país es que no ha crecido con una conciencia de unidad como nación, pues históricamente Perú ha sido un conjunto de pueblos y culturas disímiles que se han mantenido unidas por la fuerza de la política o de las armas. Además, los gobiernos muchas veces se preocuparon de fomentar políticas centralistas y controlistas que no estimularon la generación de riqueza. Tampoco se estableció como política la inversión en educación e infraestructura, conformándose los gobiernos en instruir con mecánica memorística, repetitiva año tras año y no fomentar en el alumnado el desarrollo de criterios independientes que aporten positivamente al país para el futuro. Y sin dejar de mencionar lo poco habitable que es nuestro territorio en términos de relieve (a lo mucho 10%).
¿Qué resultado se obtiene de ello? Una masa de egresados sin la suficiente preparación para la, cada vez más exigente, vida moderna. Claro, las autoridades piensan que el caos educativo lo van a solucionar con leyes que crean organismos q en la práctica solucionan problemas, pero crean otros, formándose una burocracia asfixiante que al final será llenada por muchos de esos desafortunados que no pudieron acceder a una educación de calidad. Aparte de exigir mayores derechos y pocas obligaciones, porque claro, nuestros impuestos pagan sus vacaciones. Afortunadamente no todos son así, así que no hay acá intención de poner a todos en el mismo saco. Por eso aprovecho esta columna para felicitar a Christian Altamirano y desearle muchos éxitos durante su paso por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), una de las mejores universidades del mundo.
Por lo tanto, la inversión en educación e infraestructura es fundamental para construir un país que poco a poco suba peldaños que se muestren en un mayor Índice de desarrollo humano. Por supuesto, sin dejar de mencionar las áreas de sanidad, defensa y economía. Todo ello, impregnado de los valores morales y cristianos de esta civilización, que lamentablemente se están trastocando por intereses ideológicos foráneos falsamente tolerantes o libertarios. La lucha por una vida digna pasa por uno mismo y por no conformarse con lo que se tiene y no dejarse someter por la apatía o la frustración. Después de todo, no podemos permitir que la criollada nos acabe dominando. El secreto es la perseverancia y la superación de nuestros miedos e inseguridades. Será por esas razones que muchos recuerdan esa canción del comercial de Backus “Los valores que están en ti, son los valores del Perú…”.
Por todo lo anterior, el disparar epítetos ofensivos a un candidato es tan pernicioso como aplaudir propuestas demagógicas. Prometer el paraíso social es tan falso como un billete de diecinueve cocos (dólares que le dicen). Lanzar huevos, botellas o piedras a un candidato es tan reprobable como matar policías para cubrir un cuantioso robo callejero. Callar ante las atrocidades de un gobierno es tan condenable como desinformar periodísticamente por motivos ideológicos. El odio no lleva a nada y sólo endurece el corazón, dejando un reguero de destrucción y muerte. Ya no estamos en tiempo de comportarnos como pitecántropos o como neandertales. Algunos preguntarán “¿en pleno siglo XXI sigue habiendo eso?” Bueno, hasta en el siglo XCI puede haber eso ya que la naturaleza humana no la cambia ni la ciencia. Al final todo está en la decisión personal de cambiar de vida y de perseverar en ello. El rechazo a la violencia es, en la actual coyuntura, la mejor muestra de comportamiento de una sociedad evolucionada (en términos darwinianos, morales y filosóficos, por supuesto).
Finalmente, votar por el mal menor cuando no existen opciones para una buena candidatura a escoger, siempre es recomendable, aunque para ello es necesario tener una conciencia formada e informada que sepa sopesar los pros y contras de cada plan de gobierno a largo plazo. Si la mejor opción no tiene posibilidades de llegar al balotaje y aun así se quiere votar por un tema de idealismo, se respeta esa posición, aunque personalmente la considero impráctica. Incluso en Estados Unidos hay dos pre-candidatos que dividen opiniones (uno más que el otro) y que obligan a votar con ese criterio. Así que, para terminar, demostremos respeto, educación, civilidad y madurez para estos comicios que se nos vienen, especialmente hacia quienes van a votar por el candidato de nuestras antipatías. Si no lo haces, entonces anda a confesarte (si eres católico). Si no quieres confesarte, qué pena porque perderás amistades y te ganarás una buena tunda. Y si aun así no te enmiendas prepárate a recibir un “¡vete a la mismísma!” (por decir lo menos de parte de tus compañeros de cárcel). Así de simple.