domingo, 22 de mayo de 2016

X-Men: idolatría y soberbia

Ya está en la cartelera peruana la película "X-Men: Apocalipsis", tercera entrega de la segunda trilogía de las personas que nacen con el llamado gen X, el cual los convierte en mutantes, despertando el miedo, la desconfianza y hasta el odio en los homo sapiens, sus predecesores dentro de la escala evolutiva de los mamíferos primates bípedos llamados seres humanos. Por supuesto, la historia de los X-Men, creada por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 tuvo como referencia el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría y la industria de los cómics necesitaba personajes poderosos que inspiraran a las nuevas generaciones de gringos a ganar a esa potencia antagonista. Hoy las nuevas lecturas de estos personajes se leerían en clave de discriminación, lucha político-militar, fanatismo ideológico y supervivencia.
Cada una de las películas incorpora esos temas en mayor o menor medida dependiendo del tipo de traba o sub trama, Todas las películas son de incuestionable interés, aunque es indispensable conocer la historia que sale en los cómics para entender algunas situaciones y poderes de ciertos personajes, aunque los ejemplos cinematográficos más logrados son, en mi opinión, "X-Men 2" (2003) y "X-Men: Días del futuro pasado" (2014). En el caso de "X-Men: Apocalipsis", se añade un supervillano cuyo origen data del antiguo Egipto y eso me lleva al análisis del presente artículo. Porque en la última entrega de la serie fílmica, se siente un mayor contenido espiritual aunque sólo sea en pizcas dispersas en algunos diálogos. El guatemalteco Oscar Isaac, tras haber encarnado a San José en "Jesús: el nacimiento", se encarga esta vez de ser la poderosa némesis de los X-Men.
En Sabah Nur, nombre egipcio de Apocalipsis, quiere traspasar su alma al cuerpo de otro mutante más joven con ayuda de sus cuatro "jinetes", lo cual logra pero a costa de morir todos ellos debido a la traición de un grupo de soldados que logran enterrarlo al destruir la pirámide donde tuvo lugar el traspaso. Eso dice que la evolución de la especie humana de homo sapiens a mutantes se dio desde mucho antes y no desde el siglo XX, pues en él sólo se dieron a conocer públicamente. Por supuesto, Apocalipsis despierta tras una oración colectiva de un grupo clandestino de sacerdotes egipcios y contempla la época en la que nuestra especie vive con todos sus vicios y pecados. Eso se da especialmente cuando lo acoge Ororo Munroe (la futura Tormenta) y contempla la televisión (el "chupete" de los adultos en palabras de Mafalda) y no le gusta nada el orden y la vida que todos llevan. Por ello decide reclutarla junto a otros mutantes para que sean sus "jinetes del Apocalipsis" como en el último libro de la Biblia: Psylocke, Arcángel y Magneto (este último destrozado por la muerte trágica de su esposa y su hija tras haberse establecido en Polonia).
¿Y qué con eso? Pues Apocalipsis, creyéndose Dios, buscará arrasar con todo lo construido por el hombre durante el tiempo en que estuvo sepultado y sobre sus ruinas construirá un mundo mejor, con un orden más justo y más humano. Lo curioso es que se dirige a las personas como "mis niños", "mis ángeles" o "mis hijitos" y a la hora de la verdad mata sin compasión y en cuestión de segundos a cualquiera que se le encuentre o le traicione, llamándolos débiles. ¿Eso es Dios? ¿Una especie de marciano azul con cara de borracho? ¿Adorar a eso? Da risa la actitud de este patético personaje y eso recuerda la de muchos dictadores a lo largo de la historia: los emperadores romanos, a los que les atribuían divinidad, Luis XIV de Francia con su poder absoluto proveniente de Dios, el nazismo con la fe ciega en el Führer impuesta con el grito de "¡Heil Hitler!", e incluso los tiranos comunistas Stalin (Unión Soviética) y Kim Il Sung en Corea del Norte (a quien idolatran en el mausoleo más vigilado del planeta). Los dictadores latinoamericanos no llegaron a ese extremo (todavía) pero se consideran más sabios que su propio pueblo porque su hambre de poder se vuelve insaciable. Más aun si sufrieron carencias materiales o emocionales en el pasado.
La espectacularidad de los efectos especiales es innegable, especialmente en la escena de la destrucción de la mansión Xavier a manos de Apocalipsis y el rescate de casi todos los mutantes y estudiantes de su interior a manos del ultraveloz Quicksilver (Evan Peters) con la hilaridad que ya demostró durante la escena del escape del Pentágono en "X-Men: Días del futuro pasado", pero esta vez al ritmo ochentero del tema Sweet Dreams de Eurythmics. No se puede decir lo mismo de la trama, pues sólo se espera que aparezcan los mutantes conocidos y los nuevos hasta matar al malo del cuento y ver al profesor Charles Xavier (James McAvoy) enternadito y con su calva reluciente retomando sus funciones docentes en su escuela. Ello debido a que no hay una historia minuciosamente elaborada que fascine como en la anterior película, la cual sirvió de puente para las dos trilogías. De haberse dado un mayor desarrollo a Magneto (Michael Fassbender) o a los otros "jinetes", e incluso al militar anti-mutante William Stryker (Josh Helman) la historia hubiera ganado mayor intensidad. Eso explica las críticas mixtas que ha recibido el filme, porque como bien lo dijo Alfred Hitchcock, "cuanto mejor es el villano, mejor es la película".
Pese a ello, es un producto que posee el suficiente interés para entusiasmar al público consumidor, y sobre todo a los fans. Espero no arruinar las expectativas de los que no vieron aun la película al contar esta escena: durante la pelea entre Apocalipsis y el profesor Xavier en un plano astral, éste último en agonía le repite al poderoso mutante que es un falso Dios porque está sólo. Esa frase me hace recordar al Evangelio de hoy que habla de la Santísima Trinidad. Dios en su esencia no es un ser inalcanzable, solitario, vengativo y soberbio como se le ideó en diferentes eras. Después de que se encarnó y se hizo uno de nosotros, nos enseñó que quien lo ve a Él ya vio al Padre y que el Espíritu de la verdad nos mostrará lo que Jesús le encomendó hasta conducirnos a la verdad completa. En otras palabras, Dios es una comunidad de amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que es imposible conocer en profundidad, igual que el sol cuando nos ilumina y nos da calor, pero al cual nos es imposible ver y tocar con nuestros sentidos. Y es que la verdad revelada por el amor trinitario tiene como objetivo estimularnos (no obligarnos) a vivir en un amor no mundano, sino perfecto hasta el final de nuestra vida. Un reto que exige, pero que hace todo nuevo.
El querer ser como Dios nos lleva a desarrollar actitudes egoístas e injustas y a cometer atrocidades que la historia demuestra con ejemplos vergonzozos. La idolatría es precisamente fruto de esa soberbia, pues enceguece a quienes la practican y ensoberbece a quienes la fomentan. Por eso la adoración a Dios y la humildad son prácticas que ayudan a moldear el carácter para ejercer la caridad y a sanar las heridas que llevamos dentro. En consecuencia, Nightcrowler (Kodi Smit-McPhee), con su elocuente religiosidad católica se erige como uno de los mutantes más poderosos y confiados en la Providencia (deberían hacerle un spin-off por ese solo hecho). Para complementar lo anterior, tampoco se debe olvidar la lograda escena de "X-Men: Días del futuro pasado" en la que el joven Charles Xavier penetra en los recuerdos de Wolverine (Hugh Jackman) y se encuentra con su propio yo dentro de cinco décadas y en la que le alienta a enfrentar sus propios miedos en base "al mayor de los poderes": la fe. Concluyo con el siguiente video para que sepan de qué trata la escena post créditos: