domingo, 15 de septiembre de 2024

Agradecimiento eterno


Alberto Fujimori falleció el 11 de setiembre de 2024 a los 86 años (igual que el genocida Abimael Guzmán hace tres años) y nos deja como legado un país mejor del que encontró al comenzar su primer gobierno. El cáncer que padecía hizo estragos en su ya deteriorada salud y generó escepticismo en muchos sobre su postulación a la Presidencia de la República cuando se unió al partido Fuerza Popular, fundado por su hija Keiko Sofía.

Con su muerte se termina toda una era en la política peruana y nos deja el último presidente del siglo XX. Sin duda, es una figura que provoca pasiones encontradas, amores y odios, defensas y reproches. Pero su lugar en la historia del Perú ya ocupa un lugar destacado debido a su liderazgo indiscutible para sacar a un país que estaba al borde de una guerra civil, una economía destruida (sólo superada por la Venezuela chavista), una moneda sin valor, una población desempleada o migrante y muchos burócratas dispersos en un Estado gigantesco, ineficiente y corrupto creado por la dictadura de Juan Velasco Alvarado.

Muchos se preguntarán el por qué del odio a este trascendental personaje de nuestra reciente historia republicana, si la cantidad de muertos en la lucha contra el terrorismo comunista es mayor durante los gobiernos de los años 80 (según el informe final de la Comisión de la Verdad), si la corrupción (que existía en todos los gobiernos anteriores y posteriores) fue descomunal por el caso Lava Jato (que sigue impune) y además, la burocracia estatal generaba sobrecostos innecesarios a la ciudadanía y las numerosas empresas públicas eran antros de zánganos amigos de los políticos de turno.

La respuesta a esa pregunta es simple: Fujimori puso fin a la mamadera estatal que la izquierda disfrutaba amparada por la Constitución de 1979, de corte socialista y estatista, haciendo imposible reformar el Estado. Además de dicho sector político, también por la derecha mercantilista que vivía de proveerle productos e insumos al gigantesco Estado empresario. Esos dos sectores no le perdonan haberse quedado sin privilegios, y sin dejar de mencionar a la izquierda intelectual y académica, cómplice del crecimiento del radicalismo marxista en las universidades, especialmente en la sierra central desde finales de los años 60.

Los escándalos de corrupción que salieron a la luz desde el año 2000 provocaron un comprensible rechazo de la población y la exigencia de castigo para sus responsables. En el caso de Fujimori, se le condenó por ser “autor mediato”, y sin pruebas, del asesinato de personas sosprechosas de terrorismo en Barrios Altos y La Cantuta, pero con los años se descubrieron evidencias que ponían en duda su responsabilidad en dichos casos. Pero ya no importaba. La izquierda marxista obtuvo su venganza, sobre todo con sus aliados burgueses limeños (los famosos caviares). Estos últimos, desde el Poder Judicial, la Fiscalía, ONGs y organismos supranacionales, ayudaron a numerosos subversivos presos a obtener reducción de penas, indemnizaciones y liberaciones, sin pedir perdón jamás a sus víctimas.

Mención aparte merece el intento de este sector social limeño de reescribir la historia reciente, satanizando todo lo que se hizo durante la década de los 90 y llamando “luchadores sociales” a los terroristas, para tratar de lavar el cerebro a las nuevas generaciones, y haciendo creer que el Perú anterior a 1990 era una Disneylandia. El más elocuente ejemplo de ello fue llamar “conflicto armado interno” al fenómeno terrorista, equiparando en su cruel accionar a nuestras Fuerzas Armadas, sobre todo cuando se procesó penalmente a los comandos de la operación Chavín de Huántar, quedando ilustrada dicha persecución con el título “Rehén por siempre” del almirante Luis Giampietri.

Ahora que Fujimori falleció en libertad y acompañado por su familia, sus enemigos políticos de ayer y hoy manifiestan su odio en publicaciones nauseabundas en la prensa y en las redes sociales, lo cual evidencia su mala entraña e ingratitud hacia un hombre, que con aciertos y fallas, cambió el curso de la historia peruana y transformó para mejor un país que no tenía esperanzas de futuro en 1990. Quien escribe esto da fe de ello por experiencia propia. Encima le niegan los méritos de sus decisiones, atribuyéndolas exclusivamente al GEIN, a los ministros de su gobierno, y en el colmo de la deshonestidad, a ciertos funcionarios del primer gobierno aprista. Sin duda, la mezquindad es asombrosa a la hora de afirmar orondamente hechos falaces.

Todos los líderes y reformadores se ganan enemigos en cualquier parte del mundo (Thatcher, Churchill, Gorbachov y De Gaulle son algunos ejemplos de ello). Los frutos de sus reformas sólo se ven a lo largo del tiempo. Fujimori no escapa a ello, y como prueba, la Constitución de 1993 ayudó a Perú a tener una de las economías más estables de la región. El ver a multitudes despidiendo a un líder de esas características en la sede del Ministerio de Cultura, es una muestra rotunda de que un pueblo sabe ser agradecido. A su vez, los honores de Estado posteriormente recibidos en Palacio de Gobierno son una muestra de respeto y honorabilidad, pese a quien le pese.

Quienes vivimos en el Perú de los años ochenta, noventa y dos mil, no nos tragaremos jamás la leyenda negra antifujimorista creada por el zurderío parasitario, sino que buscaremos la verdad histórica sin sesgos y sin apasionamientos. Mientras tanto, desde este artículo, le doy las gracias al ingeniero Alberto Fujimori, pues debido a su exitosa gestión pude vivir, estudiar, trabajar y prosperar en mi país, al igual que muchos de mis contemporáneos. Le extiendo mi más sentido pésame a su familia y que descanse en la paz de Dios.

sábado, 27 de julio de 2024

Una mordaza que no se debe olvidar


Mientras muchos están atentos a las elecciones presidenciales del domingo 28 de julio en Venezuela (con un probable fraude a favor del tirano Nicolás Maduro), a la posible nominación de Kamala Harris como candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, al disfrute de las fiestas patrias peruanas (y no al aburrido discurso presidencial y al mal gusto en moda de Dina Boluarte) o a la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas de París 2024 con su parodia woke y blasfema de La Última Cena de Leonardo Da Vinci, hay un hecho histórico del cual no se habla, y es muy significativo para la libertad: la toma de los medios de comunicación peruanos por parte de la dictadura del General Juan Velasco Alvarado.

Recordemos que durante esa dictadura (1968-1980) se expropiaron y estatizaron empresas extranjeras, se transformó radicalmente el sistema de propiedad de la tierra, se eliminaron en la práctica casi todas las garantías fundamentales, se comprometieron préstamos que volvieron impagable la deuda externa peruana y los opositores iban a la cárcel o salían la exilio.

La predilección de Velasco por el socialismo y por la Revolución Cubana (derivado de su resentimiento social) lo llevó a contar con la ayuda de asesores y colaboradores que buscaban crear la “Revolución peruana” siguiendo el modelo estatista de la antigua Yugoslavia de Josip Broz, Tito. A largo plazo, el sistema demostró su ineficacia, corrupción y favoritismo burocrático, y eso llevó a muchos medios de comunicación a volverse críticos con el gobierno.

Sin embargo, Velasco no iba a permitir disidencias en su régimen autoritario. Al comienzo toleró la toma de dos periódicos: Expreso (1970) y La Crónica (1971). Pero ante los deficientes resultados de la gestión gubernamental, las críticas arreciaron, por lo que el sátrapa pasó a la ofensiva: ordenó tomar todos los periódicos, revistas, canales de televisión y emisoras de radiodifusión (no existía el Internet ni las redes sociales en esa época). Todo eso ocurrió entre el 27 y el 28 de julio de 1974. Un día como hoy hace cincuenta años.

Un atentado que la izquierda peruana quiere que todos olviden, pero que la historia lo muestra como un hecho objetivo decidido por un gobierno golpista y encabezado por un hombre que traicionó a su jefe Fernando Belaunde Terry. Además contó con conocidos colaboradores civiles, además de militares: César Hildebrandt, Mirko Lauer, Rafael Roncagliolo, Juan Gargurevich, Héctor Cornejo Chávez, entre otros. 

La libertad de expresión entró en una noche oscura que duraría seis años exactos, hasta que en 1980, con el retorno de la democracia, el flamante presidente Belaunde devolvió todos los medios a sus legítimos dueños. Por ello recuerdo el homenaje y gratitud que el diario El Comercio le hizo por tres días consecutivos en primera plana cuando murió en 2002.

Hoy se levanta en la berma central de la avenida Ricardo Palma en Lima, en el cruce con el Ovalo de Miraflores, un monumento y una placa en memoria de los ciudadanos peruanos que se manifestaron públicamente contra semejante atropello. Y dada la escasa o nula mención a este tema, considero necesario traerlo a colación ante las amenazas de la cultura de la cancelación que impera en Occidente contra quienes no se hincan ante los dogmas del relativismo progresista de izquierda.

En la era digital y del Internet, nos toca ser perspicaces cuando el algoritmo de los buscadores y de las big tech silencian las voces disidentes, respetuosas y fundamentadas, bajo diferentes causas, como noticias falsas, delitos de odio, discriminación y un largo etcétera. Si tu opinión contiene pensamiento crítico independiente alejado del dominante, mantente atento, pues como bien lo escribió en un poema Karol Wojtila (futuro San Juan Pablo II), “la libertad la pagas contigo mismo, porque cuanto más la posees, te ayuda a poseerte a ti mismo, y a conocerte de nuevo y mejor”.