sábado, 27 de julio de 2024

Una mordaza que no se debe olvidar


Mientras muchos están atentos a las elecciones presidenciales del domingo 28 de julio en Venezuela (con un probable fraude a favor del tirano Nicolás Maduro), a la posible nominación de Kamala Harris como candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, al disfrute de las fiestas patrias peruanas (y no al aburrido discurso presidencial y al mal gusto en moda de Dina Boluarte) o a la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas de París 2024 con su parodia woke y blasfema de La Última Cena de Leonardo Da Vinci, hay un hecho histórico del cual no se habla, y es muy significativo para la libertad: la toma de los medios de comunicación peruanos por parte de la dictadura del General Juan Velasco Alvarado.

Recordemos que durante esa dictadura (1968-1980) se expropiaron y estatizaron empresas extranjeras, se transformó radicalmente el sistema de propiedad de la tierra, se eliminaron en la práctica casi todas las garantías fundamentales, se comprometieron préstamos que volvieron impagable la deuda externa peruana y los opositores iban a la cárcel o salían la exilio.

La predilección de Velasco por el socialismo y por la Revolución Cubana (derivado de su resentimiento social) lo llevó a contar con la ayuda de asesores y colaboradores que buscaban crear la “Revolución peruana” siguiendo el modelo estatista de la antigua Yugoslavia de Josip Broz, Tito. A largo plazo, el sistema demostró su ineficacia, corrupción y favoritismo burocrático, y eso llevó a muchos medios de comunicación a volverse críticos con el gobierno.

Sin embargo, Velasco no iba a permitir disidencias en su régimen autoritario. Al comienzo toleró la toma de dos periódicos: Expreso (1970) y La Crónica (1971). Pero ante los deficientes resultados de la gestión gubernamental, las críticas arreciaron, por lo que el sátrapa pasó a la ofensiva: ordenó tomar todos los periódicos, revistas, canales de televisión y emisoras de radiodifusión (no existía el Internet ni las redes sociales en esa época). Todo eso ocurrió entre el 27 y el 28 de julio de 1974. Un día como hoy hace cincuenta años.

Un atentado que la izquierda peruana quiere que todos olviden, pero que la historia lo muestra como un hecho objetivo decidido por un gobierno golpista y encabezado por un hombre que traicionó a su jefe Fernando Belaunde Terry. Además contó con conocidos colaboradores civiles, además de militares: César Hildebrandt, Mirko Lauer, Rafael Roncagliolo, Juan Gargurevich, Héctor Cornejo Chávez, entre otros. 

La libertad de expresión entró en una noche oscura que duraría seis años exactos, hasta que en 1980, con el retorno de la democracia, el flamante presidente Belaunde devolvió todos los medios a sus legítimos dueños. Por ello recuerdo el homenaje y gratitud que el diario El Comercio le hizo por tres días consecutivos en primera plana cuando murió en 2002.

Hoy se levanta en la berma central de la avenida Ricardo Palma en Lima, en el cruce con el Ovalo de Miraflores, un monumento y una placa en memoria de los ciudadanos peruanos que se manifestaron públicamente contra semejante atropello. Y dada la escasa o nula mención a este tema, considero necesario traerlo a colación ante las amenazas de la cultura de la cancelación que impera en Occidente contra quienes no se hincan ante los dogmas del relativismo progresista de izquierda.

En la era digital y del Internet, nos toca ser perspicaces cuando el algoritmo de los buscadores y de las big tech silencian las voces disidentes, respetuosas y fundamentadas, bajo diferentes causas, como noticias falsas, delitos de odio, discriminación y un largo etcétera. Si tu opinión contiene pensamiento crítico independiente alejado del dominante, mantente atento, pues como bien lo escribió en un poema Karol Wojtila (futuro San Juan Pablo II), “la libertad la pagas contigo mismo, porque cuanto más la posees, te ayuda a poseerte a ti mismo, y a conocerte de nuevo y mejor”.