domingo, 22 de mayo de 2016

X-Men: idolatría y soberbia

Ya está en la cartelera peruana la película "X-Men: Apocalipsis", tercera entrega de la segunda trilogía de las personas que nacen con el llamado gen X, el cual los convierte en mutantes, despertando el miedo, la desconfianza y hasta el odio en los homo sapiens, sus predecesores dentro de la escala evolutiva de los mamíferos primates bípedos llamados seres humanos. Por supuesto, la historia de los X-Men, creada por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 tuvo como referencia el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría y la industria de los cómics necesitaba personajes poderosos que inspiraran a las nuevas generaciones de gringos a ganar a esa potencia antagonista. Hoy las nuevas lecturas de estos personajes se leerían en clave de discriminación, lucha político-militar, fanatismo ideológico y supervivencia.
Cada una de las películas incorpora esos temas en mayor o menor medida dependiendo del tipo de traba o sub trama, Todas las películas son de incuestionable interés, aunque es indispensable conocer la historia que sale en los cómics para entender algunas situaciones y poderes de ciertos personajes, aunque los ejemplos cinematográficos más logrados son, en mi opinión, "X-Men 2" (2003) y "X-Men: Días del futuro pasado" (2014). En el caso de "X-Men: Apocalipsis", se añade un supervillano cuyo origen data del antiguo Egipto y eso me lleva al análisis del presente artículo. Porque en la última entrega de la serie fílmica, se siente un mayor contenido espiritual aunque sólo sea en pizcas dispersas en algunos diálogos. El guatemalteco Oscar Isaac, tras haber encarnado a San José en "Jesús: el nacimiento", se encarga esta vez de ser la poderosa némesis de los X-Men.
En Sabah Nur, nombre egipcio de Apocalipsis, quiere traspasar su alma al cuerpo de otro mutante más joven con ayuda de sus cuatro "jinetes", lo cual logra pero a costa de morir todos ellos debido a la traición de un grupo de soldados que logran enterrarlo al destruir la pirámide donde tuvo lugar el traspaso. Eso dice que la evolución de la especie humana de homo sapiens a mutantes se dio desde mucho antes y no desde el siglo XX, pues en él sólo se dieron a conocer públicamente. Por supuesto, Apocalipsis despierta tras una oración colectiva de un grupo clandestino de sacerdotes egipcios y contempla la época en la que nuestra especie vive con todos sus vicios y pecados. Eso se da especialmente cuando lo acoge Ororo Munroe (la futura Tormenta) y contempla la televisión (el "chupete" de los adultos en palabras de Mafalda) y no le gusta nada el orden y la vida que todos llevan. Por ello decide reclutarla junto a otros mutantes para que sean sus "jinetes del Apocalipsis" como en el último libro de la Biblia: Psylocke, Arcángel y Magneto (este último destrozado por la muerte trágica de su esposa y su hija tras haberse establecido en Polonia).
¿Y qué con eso? Pues Apocalipsis, creyéndose Dios, buscará arrasar con todo lo construido por el hombre durante el tiempo en que estuvo sepultado y sobre sus ruinas construirá un mundo mejor, con un orden más justo y más humano. Lo curioso es que se dirige a las personas como "mis niños", "mis ángeles" o "mis hijitos" y a la hora de la verdad mata sin compasión y en cuestión de segundos a cualquiera que se le encuentre o le traicione, llamándolos débiles. ¿Eso es Dios? ¿Una especie de marciano azul con cara de borracho? ¿Adorar a eso? Da risa la actitud de este patético personaje y eso recuerda la de muchos dictadores a lo largo de la historia: los emperadores romanos, a los que les atribuían divinidad, Luis XIV de Francia con su poder absoluto proveniente de Dios, el nazismo con la fe ciega en el Führer impuesta con el grito de "¡Heil Hitler!", e incluso los tiranos comunistas Stalin (Unión Soviética) y Kim Il Sung en Corea del Norte (a quien idolatran en el mausoleo más vigilado del planeta). Los dictadores latinoamericanos no llegaron a ese extremo (todavía) pero se consideran más sabios que su propio pueblo porque su hambre de poder se vuelve insaciable. Más aun si sufrieron carencias materiales o emocionales en el pasado.
La espectacularidad de los efectos especiales es innegable, especialmente en la escena de la destrucción de la mansión Xavier a manos de Apocalipsis y el rescate de casi todos los mutantes y estudiantes de su interior a manos del ultraveloz Quicksilver (Evan Peters) con la hilaridad que ya demostró durante la escena del escape del Pentágono en "X-Men: Días del futuro pasado", pero esta vez al ritmo ochentero del tema Sweet Dreams de Eurythmics. No se puede decir lo mismo de la trama, pues sólo se espera que aparezcan los mutantes conocidos y los nuevos hasta matar al malo del cuento y ver al profesor Charles Xavier (James McAvoy) enternadito y con su calva reluciente retomando sus funciones docentes en su escuela. Ello debido a que no hay una historia minuciosamente elaborada que fascine como en la anterior película, la cual sirvió de puente para las dos trilogías. De haberse dado un mayor desarrollo a Magneto (Michael Fassbender) o a los otros "jinetes", e incluso al militar anti-mutante William Stryker (Josh Helman) la historia hubiera ganado mayor intensidad. Eso explica las críticas mixtas que ha recibido el filme, porque como bien lo dijo Alfred Hitchcock, "cuanto mejor es el villano, mejor es la película".
Pese a ello, es un producto que posee el suficiente interés para entusiasmar al público consumidor, y sobre todo a los fans. Espero no arruinar las expectativas de los que no vieron aun la película al contar esta escena: durante la pelea entre Apocalipsis y el profesor Xavier en un plano astral, éste último en agonía le repite al poderoso mutante que es un falso Dios porque está sólo. Esa frase me hace recordar al Evangelio de hoy que habla de la Santísima Trinidad. Dios en su esencia no es un ser inalcanzable, solitario, vengativo y soberbio como se le ideó en diferentes eras. Después de que se encarnó y se hizo uno de nosotros, nos enseñó que quien lo ve a Él ya vio al Padre y que el Espíritu de la verdad nos mostrará lo que Jesús le encomendó hasta conducirnos a la verdad completa. En otras palabras, Dios es una comunidad de amor (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que es imposible conocer en profundidad, igual que el sol cuando nos ilumina y nos da calor, pero al cual nos es imposible ver y tocar con nuestros sentidos. Y es que la verdad revelada por el amor trinitario tiene como objetivo estimularnos (no obligarnos) a vivir en un amor no mundano, sino perfecto hasta el final de nuestra vida. Un reto que exige, pero que hace todo nuevo.
El querer ser como Dios nos lleva a desarrollar actitudes egoístas e injustas y a cometer atrocidades que la historia demuestra con ejemplos vergonzozos. La idolatría es precisamente fruto de esa soberbia, pues enceguece a quienes la practican y ensoberbece a quienes la fomentan. Por eso la adoración a Dios y la humildad son prácticas que ayudan a moldear el carácter para ejercer la caridad y a sanar las heridas que llevamos dentro. En consecuencia, Nightcrowler (Kodi Smit-McPhee), con su elocuente religiosidad católica se erige como uno de los mutantes más poderosos y confiados en la Providencia (deberían hacerle un spin-off por ese solo hecho). Para complementar lo anterior, tampoco se debe olvidar la lograda escena de "X-Men: Días del futuro pasado" en la que el joven Charles Xavier penetra en los recuerdos de Wolverine (Hugh Jackman) y se encuentra con su propio yo dentro de cinco décadas y en la que le alienta a enfrentar sus propios miedos en base "al mayor de los poderes": la fe. Concluyo con el siguiente video para que sepan de qué trata la escena post créditos:

martes, 5 de abril de 2016

El mal menor

No a Keiko. No a Alan, No a Toledo. No a Verónica, No a PPK, No a Barnechea. No a Santos. “¡¿Qué?! ¿Cómo le vas a decir “No” a mi candidato? ¿Cómo vas a votar por ese otro? ¡Si es un corrupto, mentiroso, vago, infiel, mafioso, pegalón, argollero, narco, racista, retrógrado, borracho, ignorante, resentido, lobbista, hipócrita y antipático! En cambio mi candidato es honesto, churro, transparente, ejemplar, fiel, caritativo, piadoso, dialogante, respetuoso, tolerante y trabajador. Así que si votas por ese otro candidato, me das lástima porque eres como él y ni siquiera mereces mi amistad, ¡Lárgate, vendido, corrupto de mierda!” ¿Te suena conocido ese tipo de reacción? No me digas que no, pues a puertas de las elecciones presidenciales, el lodo está volando gracias a la prensa y a las redes sociales como si el aire contaminado citadino no fuera suficiente.
Decidí escribir sobre este tema, pese a mi renuencia inicial, pues es bien conocido que la política, la religión y el fútbol dividen a los humanos, ya que muchas veces interpelan a opiniones, gustos, tradiciones y creencias profundamente arraigadas en nuestros corazones por diferentes motivos. A pesar de eso, los cambios y las conversiones son parte de la vida, porque ésta te lleva muchas veces por senderos llenos de sorpresas que hacen que la experiencia de cada ser humano sea única e irrepetible. Aún así, siento necesario expresar mi parecer sobre la más que evidente polarización de la sociedad peruana ante la cercanía del 10 de abril de 2016.
Las autoridades de la Iglesia, del Estado y del sector privado siempre invocan a la población a comportarse mesuradamente y a rechazar toda expresión de violencia. Eso está bien, pues ésta es el reflejo de nuestra inmadurez cívica, pese a que faltan cinco años para cumplir doscientos años de vida como nación soberana e independiente. La intolerancia es propia de regímenes dictatoriales a los que no les importa pisotear las leyes y la moral para imponer su proyecto ideológico sobre todos, incluso si están barnizados de “democracia”, “derechos humanos”, “libertades civiles”, etc. De hecho, muchos gobiernos han apelado a palabras bonitas como “diálogo”, “concertación”, “patria”, o “pueblo”. Y muchas veces los votantes chibolos han sucumbido a la seducción de los discursos plagados de una retórica florida, de una cara nueva, carismática, joven y sonriente y de promesas que rara vez se cumplen. Tienen que vivir, caerse, levantarse, sobarse y aguantarse los moretones. En otras palabras, madurar para que se les caiga la venda de los ojos.
El problema de nuestro país es que no ha crecido con una conciencia de unidad como nación, pues históricamente Perú ha sido un conjunto de pueblos y culturas disímiles que se han mantenido unidas por la fuerza de la política o de las armas. Además, los gobiernos muchas veces se preocuparon de fomentar políticas centralistas y controlistas que no estimularon la generación de riqueza. Tampoco se estableció como política la inversión en educación e infraestructura, conformándose los gobiernos en instruir con mecánica memorística, repetitiva año tras año y no fomentar en el alumnado el desarrollo de criterios independientes que aporten positivamente al país para el futuro. Y sin dejar de mencionar lo poco habitable que es nuestro territorio en términos de relieve (a lo mucho 10%).
¿Qué resultado se obtiene de ello? Una masa de egresados sin la suficiente preparación para la, cada vez más exigente, vida moderna. Claro, las autoridades piensan que el caos educativo lo van a solucionar con leyes que crean organismos q en la práctica solucionan problemas, pero crean otros, formándose una burocracia asfixiante que al final será llenada por muchos de esos desafortunados que no pudieron acceder a una educación de calidad. Aparte de exigir mayores derechos y pocas obligaciones, porque claro, nuestros impuestos pagan sus vacaciones. Afortunadamente no todos son así, así que no hay acá intención de poner a todos en el mismo saco. Por eso aprovecho esta columna para felicitar a Christian Altamirano y desearle muchos éxitos durante su paso por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), una de las mejores universidades del mundo.
Por lo tanto, la inversión en educación e infraestructura es fundamental para construir un país que poco a poco suba peldaños que se muestren en un mayor Índice de desarrollo humano. Por supuesto, sin dejar de mencionar las áreas de sanidad, defensa y economía. Todo ello, impregnado de los valores morales y cristianos de esta civilización, que lamentablemente se están trastocando por intereses ideológicos foráneos falsamente tolerantes o libertarios. La lucha por una vida digna pasa por uno mismo y por no conformarse con lo que se tiene y no dejarse someter por la apatía o la frustración. Después de todo, no podemos permitir que la criollada nos acabe dominando. El secreto es la perseverancia y la superación de nuestros miedos e inseguridades. Será por esas razones que muchos recuerdan esa canción del comercial de Backus “Los valores que están en ti, son los valores del Perú…”.
Por todo lo anterior, el disparar epítetos ofensivos a un candidato es tan pernicioso como aplaudir propuestas demagógicas. Prometer el paraíso social es tan falso como un billete de diecinueve cocos (dólares que le dicen). Lanzar huevos, botellas o piedras a un candidato es tan reprobable como matar policías para cubrir un cuantioso robo callejero. Callar ante las atrocidades de un gobierno es tan condenable como desinformar periodísticamente por motivos ideológicos. El odio no lleva a nada y sólo endurece el corazón, dejando un reguero de destrucción y muerte. Ya no estamos en tiempo de comportarnos como pitecántropos o como neandertales. Algunos preguntarán “¿en pleno siglo XXI sigue habiendo eso?” Bueno, hasta en el siglo XCI puede haber eso ya que la naturaleza humana no la cambia ni la ciencia. Al final todo está en la decisión personal de cambiar de vida y de perseverar en ello. El rechazo a la violencia es, en la actual coyuntura, la mejor muestra de comportamiento de una sociedad evolucionada (en términos darwinianos, morales y filosóficos, por supuesto).
Finalmente, votar por el mal menor cuando no existen opciones para una buena candidatura a escoger, siempre es recomendable, aunque para ello es necesario tener una conciencia formada e informada que sepa sopesar los pros y contras de cada plan de gobierno a largo plazo. Si la mejor opción no tiene posibilidades de llegar al balotaje y aun así se quiere votar por un tema de idealismo, se respeta esa posición, aunque personalmente la considero impráctica. Incluso en Estados Unidos hay dos pre-candidatos que dividen opiniones (uno más que el otro) y que obligan a votar con ese criterio. Así que, para terminar, demostremos respeto, educación, civilidad y madurez para estos comicios que se nos vienen, especialmente hacia quienes van a votar por el candidato de nuestras antipatías. Si no lo haces, entonces anda a confesarte (si eres católico). Si no quieres confesarte, qué pena porque perderás amistades y te ganarás una buena tunda. Y si aun así no te enmiendas prepárate a recibir un “¡vete a la mismísma!” (por decir lo menos de parte de tus compañeros de cárcel). Así de simple.

lunes, 15 de febrero de 2016

Spotlight: Evitar el escándalo

Ha ganado el Oscar la película "Spotlight" (rebautizada con el título "En primera plana") en la que se recrea la investigación llevada a cabo en 2002, por parte de un grupo de periodistas, de los casos de pederastia cometidos por sacerdotes católicos en Massachussetts a lo largo de cuatro décadas. La película muestra el típico periodismo de investigación sin recurrir al suspenso fácil o al terror gratuito porque no es ése su objetivo, sino que busca rendirles un homenaje a estos hombres de prensa que destaparon una realidad vergonzosa que los llevó a recibir el premio Pulitzer. Si tú eres un católico(a) sensible a este tema, te recomiendo no seguir leyendo este artículo. Pero si aun así tienes interés en empaparte de la verdad, por más dolorosa que sea, te agradezco por continuar con la lectura.
Comencemos, analizando brevemente la película desde el plano cinematográfico: la trama se desarrolla, en su mayor parte, en las oficinas del diario Boston Globe, y todo comienza con la llegada al diario un nuevo editor de origen judío, Marty Baron (Liev Schreiber) que les revela a sus colegas de la unidad Spotlight (Michael Keaton a la cabeza), una primera acusación proveniente de un grupo pequeño de víctimas de sacerdotes, mostrándose de manera indirecta la complicidad del cardenal Bernard Law (John Mahoney), a la hora de tratar el drama con una solución nada justa: trasladando a los depredadores a otras parroquias y arreglando monetariamente el asunto con abogados, policías y familiares de las víctimas. Todo por el afán de "evitar el escándalo", como se ve en la escena inicial de la película. Esto da pie a la investigación que terminó desenmascarando esta política de encubrimiento y que se convertiría en una bomba mediática de alcance global que destapó casos similares en otros países (Alemania e Irlanda, por ejemplo).
La película evita caer en el aspaviento o en la actitud sensacionalista típica de la prensa amarillista, y se enfoca en su objeto de interés: cómo la investigación lleva a descubrir una realidad humillante para cualquier católico, la indignación tras el destape y la búsqueda de justicia por parte de las víctimas ante las trabas eclesiásticas, legales, judiciales y la oposición de abogados y familiares de las víctimas por la actitud de hacerse la vista gorda. Todo eso se trata con el estilo del cine clásico ("Todos los hombres del presidente" de Alan J. Pakula es una evidente referencia) y con una dirección y montaje impecables, actuaciones destacadas de todo el reparto, especialmente de Mark Ruffalo (el Hulk de "Los Vengadores" 1 y 2) y Stanley Tucci y un realismo en su puesta en escena. Si alguien busca acción, suspenso o terror en esta película, se quedará con los crespos hechos, pues es una película de diálogos que requieren atención en cada escena y no verla por el mero "pasarlo bien" con palomitas, gaseosa o whatsapp durante el metraje. El guión del propio director Tom McCarthy y Josh Singer cumple así su objetivo, entregando una película lograda, interesante, aunque inevitablemente polémica. Ahora hagamos un comentario crítico de la película desde una óptica deontológica: Para ello, me permito transcribir las palabras del sacerdote Mario Arroyo publicadas en el portal web Lucidez, tras su visionado de la película: "¿Qué le falta contar a Spotlight? Lo que sucedió después: la película concluye con la crisis de fe que sufrieron los periodistas y el pueblo norteamericano, pero no dice lo que hizo la Iglesia, primero en este país y siguiendo su ejemplo, en el resto del mundo, para erradicar el problema. No cuenta como después de esa dura prueba para la fe de los norteamericanos, a trece años de distancia, esa fe ha renacido más fuerte, no ha decaído la religiosidad de ese pueblo, sino que ahora es más madura, (...) Además, el prestigio, también moral, de la Iglesia y sus pastores en ese mismo país se ha recuperado (como lo confirma el reciente viaje de Francisco). Spotlight está hecha, como cabe esperarse de un filme hollywoodense, para ganar premios, dinero y contar una historia. Pero si uno quiere conocer la “historia completa”, necesita de una segunda parte (lo que no es objetivo de la película ni de sus productores), que bien podría ser el documental Manzanas podridas de Rome Reports, el cual narra precisamente lo que sucedió después: La lucha decidida por sanear la institución primero en E.U. y después en el resto de la Iglesia durante el pontificado de Benedicto XVI."
Hasta donde sabemos, McCarthy no tiene la intención hacer un díptico que permita decir "Ah, muy bien, ya hay objetividad real a la hora de tratar este tema" o "Le están dando voz a los acusados para que se defiendan", de tal forma que pueda constatarse que se busca equilibrar la balanza para conseguir una justicia verdaderamente equitativa. En cambio, Clint Eastwood sí tuvo ese propósito a la hora de recrear la batalla de Iwo Jima con sus logradas películas "La conquista del honor" (óptica del bando vencedor) y "Cartas de Iwo Jima" (óptica del bando derrotado). Además, si uno presta atención a los detalles, todos los periodistas de Spotlight son católicos no practicantes y el anterior editor, como que tuvo que renunciar para que un no católico emprendiera la investigación. Se podría interpretar eso como si la complicidad viniera no sólo de la gente aludida líneas arriba, sino también de la pasividad de parte de quienes fueron formados en la fe, pero luego parece que les ganó la mundanidad. Tras este hallazgo, se descubrieron más de 3,200 casos de abusos sexuales y ante esta dolorosa realidad, la Iglesia tuvo que pagar más de 1,250 millones de dólares en reparaciones civiles a los sobrevivientes de estos crímenes abominables. Benedicto XVI endureció las penas contra los que estén implicados directa o mediatamente en estos delitos o cualquier otro y garantizó la plena colaboración con las autoridades civiles de cada país, además de elevar la valla de requisitos para la admisión de futuros seminaristas. "Dios llora", dijo el Papa Francisco, y eso me lleva, inevitablemente, a recordar los testimonios de las víctimas que figuran en el libro de Pedro Salinas "Mitad monjes, mitad soldados" y que siguen clamando justicia al cielo, pues Cristo sigue sufriendo en la carne dañada de estas personas. Porque la burocracia no puede ser tampoco pretexto para retrasar los reclamos de quienes tienen problemas para perdonar.
Claro, nunca van a faltar los que aprovechen esta clase de películas para jalar agua para su molino, haciendo el típico raje contra la Iglesia llamándola corrupta, ramera de Babilonia, encubridora, arruina-infancias, castradora, hipócrita, codiciosa, inventora de mitos, enemiga de la libertad y del progreso científico... y no sé qué más (poco falta para que la acusen de querer exterminar a los jedis en una galaxia muy, muy lejana). Lo cierto es que todos los católicos somos la Iglesia (sacerdotes, religiosos y laicos) y que ni nuestros pecados han podido destruirla porque siempre renace por acción de Dios Espíritu Santo, ese "desconocido" que la mantiene unida y sigue ayudando a profundizar en la enseñanza de la Palabra y a transformar nuestras vidas para bien. Respuestas como ésta siempre generarán burlas, pero el perseverar en la Verdad libera de toda atadura y da paz al alma. Si esa gente no quiere entender u oír esto, sólo queda orar por ellos, pues el decir "no les hagas caso", sacarles la lengua, hacer memes para el facebook o ejercer presión desde el twitter no es suficiente.
En otras palabras, "Spotlight" es un recordatorio de que los escándalos indignan a Dios y que toda política debe estar al servicio de la verdad y no del encubrimiento, la complicidad o el silencio. Por el bien de las almas, la Iglesia siempre debe renovarse para purificarse, caminar con el mundo y hacer un mea culpa cuando sea necesario. Por supuesto, sin renunciar a su misión divina de llevar el Evangelio a todos los pueblos. "La verdad les hará libres" fueron las palabras de Jesús, y eso hay que reconocer para colaborar y orar por tener autoridades santas, transparentes, con políticas que sean misericordiosas, justas, eficientes y caritativas. Después de todo, como bien reza el título del último libro-entrevista de Andrea Tornielli al Papa Francisco, "el nombre de Dios es misericordia".

viernes, 22 de enero de 2016

And the Oscar goes to…

Tras su fundación en 1928, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood ha ido creciendo en poderío mediático, empresarial, cultural y hasta político en el mundo occidental. Empezó sin ceremonias previas ni estatuillas, y sólo se limitaba a comunicar los galardones por la radio, como un mero evento para agasajar a quienes destacaban por sus contribuciones artísticas y técnicas a la industria del cine. Hoy ese modelo sigue vigente en todo el mundo, pero la avalancha mediática de los Oscar opaca al resto de ceremonias recurriendo a su ejército de marketeros, paparazzis, twitteritos, periodistas acreditados, actores, actrices y anfitriones (demasiado) bien pagados y acicalados para mantener alta la expectativa en los resultados, muchas veces predecibles, hay que decirlo.
Las ceremonias de premiación en distintos festivales internacionales generan expectativa también, pero no concitan tanta atención como el Oscar. Berlín, Venecia, Cannes, San Sebastián, Locarno, Tribeca, Sundance, La Habana y Lima (hace pocos años) influyen a la hora de dar a conocer cine de autor, independiente, más reflexivo, más intelectual, más introspectivo y de mayor identificación con la sensibilidad colectiva del país anfitrión, además de promover a los jóvenes valores de la industria, aunque no sintonicen con los gustos de las masas, pues éstas ven al cine más como un medio de entretenimiento. Por ejemplo, los premios David di Donatello (Italia), César (Francia), Bafta (Inglaterra), Ariel (México) son también la expresión de una industria local que desea hacerse destacar gracias a la prensa farandulera. Sin embargo, los Globos de Oro suelen ser los premios más acertados, pues la prensa extranjera acreditada en Los Ángeles suele tener criterios más variados e informados a la hora de conceder esos galardones sin pertenecer a un sindicato.
La crítica de cine muchas veces cuestiona los criterios de los miembros de la Academia para premiar películas, incluso sin que a veces sus directores estén nominados. Dicen que tal película “se dirigió sola” o que esta otra “no es del gusto de la Academia”, etc. Los criterios son muy comprensibles, y es que el Oscar es entregado por una mezcla de criterios comerciales y artísticos inmediatistas basados en la popularidad o en el sentimentalismo, que no siempre atienden a la calidad intrínseca de la película en todos sus aspectos. Tal vez por eso sea evidente cómo algunos galardones caen en el olvido o son criticados al lado de otros mucho más meritorios. Claro, la Academia compensa esto otorgando premios-homenaje “a la trayectoria”, “a la contribución de fulano de tal”, como el Irving G. Thalberg o el Cecil B. De Mille (para Alfred Hitchcock y Kirk Douglas respectivamente), pero eso no siempre es cuestión de justicia, sino de imagen institucional. Mario Vargas Llosa concordaría con esta opinión tras escribir su ensayo “La civilización del espectáculo”, especialmente tras constatar la conversión de esta ceremonia, desde los años noventa, casi en un circo.
En esta oportunidad no se hará un análisis de las películas nominadas, ni tampoco una crítica a la política de la Academia. Más bien se hará un recuento de las películas premiadas con la codiciada estatuilla dorada, y que causaron sensación en la taquilla y en la crítica de entonces, pero que se condenaron a enterrarse en la tumba del olvido por parte de ese implacable sepulturero llamado el tiempo. Y eso no responde necesariamente a la mala calidad. El crítico de cine Ricardo Bedoya explica dicho fenómeno identificando cambios de sensibilidad y de gusto por parte de las nuevas generaciones, además de la evolución de los géneros cinematográficos, de acuerdo a las tendencias culturales de cada época, siempre en transformación. Los ejemplos son innumerables y las excepciones a la regla reflejan el talento y la proyección de cada realizador para ir contra los convencionalismos. Aquí la lista de Oscares olvidados:
Alas (1928): Gary Cooper en la primera película que ganó el Oscar, un drama bélico mudo por el cual nadie se acuerda. A diferencia de sus trabajos en “El secreto de vivir”, “El orgullo de los Yankees” y sobre todo, “A la hora señalada”.
La melodía de Broadway (1929): Dos hermanas bailarinas de vodevil y su rivalidad por un empresario del espectáculo. Hoy se ve casi como un documental que muestra el nacimiento del cine musical, pues la trama no tiene mayor originalidad.
Cimarron (1930): Es conocida la secuencia de la carrera de diligencias en esta epopeya que causó sensación en su momento, pero que ni Irenne Dunne pudo hacer trascender.
Cabalgata (1934): Las penurias de una familia británica durante el primer tercio del siglo XX. Palidece frente “Adiós a las armas”.
Motín a bordo (1935): Rebelión contra el tiránico capitán de un barco inglés durante una expedición por los Mares del Sur. Buena y atrapante película, pero opacada por la actuación de Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”, cuatro años después.
El gran Ziegfeld (1936): Tres horas de aburrimiento sobre la vida de Florenz Ziegfeld Jr., uno de los más exitosos empresarios de musicales para el teatro de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La vida de Emilio Zola ((1937): Técnicamente envejecida, pero interesante aproximación a la vida del escritor francés y su lucha por la libertad del capitán judío Alfred Dreyfuss.
Siguiendo mi camino (1945): La relación entre un cura católico joven y simpático y otro anciano y severo en una parroquia de pueblo. Sirve hoy como un llamado al entendimiento y a la caridad (eran los años de la Segunda Guerra Mundial), pero no logra hacer olvidar a “Perdición”, de Billy Wilder, quizá el mejor film-noir de la historia.
La luz es para todos (1948): Investigación periodística sobre el antisemitismo en Estados Unidos, con un joven Gregory Peck. “Grandes esperanzas” de David Lean le hace envejecer.
El espectáculo más grande del mundo (1953): un olvidado drama circense se impuso sobre esa maravillosa obra llamada “El hombre tranquilo” de John Ford.
Marty (1955): Un romance entre solitarios y poco agraciados personajes. Una historia muy realista y hermosa que urge reivindicar, pero que no encajaba en los estándares del cine romántico de Hollywood, con su típico rompecorazones.
La vuelta al mundo en 80 días (1946): Aventura en varios parajes internacionales para lanzar en Hollywood a Cantinflas. Le ganó a la monumental “Los 10 mandamientos” y siempre se le criticará a la Academia por eso.
Tom Jones (1964): Las correrías y juergas de un libertino bastardo educado como un caballero durante el siglo XVIII. Hoy mediocre y poco divertida, se impuso sobre las espectaculares “Cleopatra” y “América, América”.
En el calor de la noche (1967): Un policial antirracista con canciones de Ray Charles fue preferido sobre dos obras maestras incontestables: “Bonnie & Clyde” y “El graduado”.
Oliver! (1968): Versión musical de “Oliver Twist” del gran Charles Dickens con excelentes números de baile, pero “Romeo y Julieta” de Franco Zeffirelli es aun más recordada.
Gente como uno (1981): Un drama adolescente con conflictos familiares fue preferido en vez de las hoy clásicas “Toro salvaje” y “El hombre elefante”.
La fuerza del cariño (1984): La relación entre una madre y su hija a lo largo de los años se impuso sobre “Elegidos para la gloria” (la mejor película de Philip Kaufman trata de la historia de la conquista espacial estadounidense).
África mía (1985): Técnicamente impecable drama romántico sobre una escritora danesa que se establece en Kenia a comienzos del siglo XX. Lo siento, pero “Testigo en peligro” con Harrison Ford tiene mayor intensidad y realismo.
El último emperador (1988): La historia de Pu Yi, último emperador de China, en una superproducción de interés histórico, pero con poca intensidad dramática, no fue ninguna sorpresa en la ceremonia del Oscar, mientras que “Atracción fatal” se volvió inolvidable.
El paciente inglés (1996): Sobrevalorada, trágica, ambiciosa y pesimista historia de un conde y cartógrafo húngaro que le cuenta su romance adúltero a una enfermera canadiense en las ruinas de un monasterio abandonado en la Italia de la Segunda Guerra. La corrosiva “Fargo” se disfruta mucho más.
Shakespeare enamorado (1999): Nadie se explica cómo pudo ganar esta convencional producción a la obra maestra de Terrence Malick “La delgada línea roja”, porque su sólo encanto teatral no fue suficiente para que el tiempo la declare clásica.
Chicago (2003): Espectáculo musical típico de Broadway hecho para complacer al gusto gringo, pero que se encoge al lado de la inolvidable “El pianista” de Roman Polanski.
Crash: Alto impacto (2006): Las historias cruzadas sobre el racismo en la ciudad de Los Ángeles prevalecieron sobre las desgarradoras “Secreto en la montaña” y “Munich”. Primó la corrección política en esta edición.
Quisiera ser millonario (2009): La simpática historia del muchacho que participa en el popular programa de preguntas y respuestas es un homenaje al cine indio, pero que no deja mayor huella, a diferencia de “Frost-Nixon: la entrevista del escándalo”. Además, surgieron numerosas críticas por no haber nominado a “Batman, el caballero de la noche”, hoy convertida en un clásico. La Academia, desde entonces incrementó el número de películas nominadas a diez, para luego bajarlas progresivamente a ocho.
El artista (2012): Es un buen homenaje al cine silente, pero carece de innovación y riesgo, al lado de la excepcional y filosófica “El árbol de la vida”. Aun es prematuro ver cómo trata el tiempo a las oscarizadas “Argo”, “12 años de esclavitud” y “Birdman”. Así que, hagan sus pronósticos, vean las caras bonitas que más les gusten, admiren los mejores vestidos, inventen memes, comenten las curiosidades, coman canchita y gaseosa con sus amigos y parejas y disfruten de la transmisión por TNT (y no es por hacerle “cherry” al canal) porque tras la muerte del carismático Pepe Ludmir, nadie (ni Bruno Pinasco) lo ha podido igualar como presentador, y menos en señal abierta. Tendremos que rezar para que llegue un digno sucesor. Mientras tanto, conformémonos con oír esa frasecita cliché “And the Oscar goes to…”.