viernes, 3 de octubre de 2014

Velasco y el septenato


La gente joven dirá que hoy se cumplen 36 años de esa fecha, pero muchos no tienen ni idea de lo que significó para el país. Pero claro, si leen poco o estudian poco, salvo cuando se lo mandan los exámenes en lo referido a sus programas de estudios escolares o las carreras que eligieron y eso queda plasmado en los reportajes que suelen pasar en nuestros noticieros (ver abajo el video “La cultura general de los universitarios en Lima” en youtube para que sirva de ejemplo), ¿qué otra cosa se puede esperar si no existe el hábito de la lectura instalado en la vida de nuestros jóvenes? Eso hace recordar a Mafalda cuando dice “A los adverbios se los reconoce por su hipotenusa peciolada de orden vertebrado” y Manolito piensa que por no saber lo que eso significa le ponen un cero el día que menos espera. Bueno, eso se generalizaría en nuestro país, pues el absurdo y la estupidez están a la orden del día. En fin.


La fecha en cuestión conmemora los 36 años del golpe de Estado del general Juan Velasco Alvarado, quien por la punta de las metralletas conspiró contra el gobierno democrático de Fernando Belaunde Terry utilizando como pretexto el escándalo de la “página 11” (del supuesto beneficio del Estado Peruano en favor de la petrolera estadounidense IPC) y de que los civiles no podían resolver los problemas nacionales, ni mucho menos, garantizar la estabilidad del país. ¡Miren quiénes hablan! La historia demuestra que la soberbia, como bien lo dijo San Agustín, no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano. En este caso, lo hinchado fue el proyecto autoritario, socialista y nacionalista del gobierno militar que se autoproclamó “revolucionario”.


Velasco tuvo en mente grandes cambios a favor de la población de Perú, tradicionalmente rezagada e ignorada a lo largo de varias décadas por muchos gobiernos civiles de perspectiva netamente limeñista y cortoplacista. Las transformaciones que realizó al régimen de propiedad buscaban darle mayor dignidad a los trabajadores, campesinos y profesores. La planificación estatista de la economía perseguía destrozar a las clases altas agro-exportadoras, demonizadas por tener fama de explotadoras y discriminadoras, utilizando una prédica nacionalista y de tinte corporativista-humanista. Es por eso que los anteriores golpes de estado ocurridos en nuestra historia republicana, no alteraron la estructura de la sociedad, sino que respondieron a intereses políticos de los diversos grupos de interés coludidos con altos mandos militares para conservar sus privilegios. Todo eso cambió con el “chino Velasco”.


¿Cuál fue el resultado a mediano plazo? Desconocimiento de las leyes, del orden democrático, de las libertades y de las garantías constitucionales, las cuales, en la práctica, fueron suprimidas. Toda revolución siempre trae cambios dolorosos, pero la historia es la que mejor juzga los resultados, independientemente de las intenciones o los programas de gobierno de los golpistas. Hay dictaduras que trajeron prosperidad económica al país, como la de Augusto Leguía y la del general Manuel Odría, pues la democracia no es sinónimo de prosperidad, sino de participación ciudadana en un clima donde los derechos y libertades están garantizados y respetados. Eso no ocurre cuando los gobernantes abusan del poder, independientemente de la forma como hayan llegado a él. Durante el velascato, las medidas revolucionarias (que realmente lo fueron) buscaron “crear un nuevo Perú”, como el mismo dictador dijo el día de su alejamiento del poder el 29 de agosto de 1975.


¿Cuál fue el resultado a largo plazo? Ruina del agro nacional con la consiguiente migración del campo hacia Lima; empresas estatales deficitarias y corruptas creadas para meter a los allegados a Morales Bermúdez, Belaunde y García; surgimiento de los grupos narco-terroristas Sendero Luminoso y MRTA que provocaron más de 30 mil muertes en todo el país; hiperinflación causada por la asfixia económica controlista; rigidez laboral producto de la sobre-regulación que demoniza a los empresarios a causa de la visión maniquea comunista de presentarlos como los eternos malos de la película; desprestigio generalizado de la clase política; inviabilidad de Perú como Estado-nación a comienzos de los años 90; el inesperado surgimiento del caudillo mesiánico Alberto Fujimori, cuya decisión de dar el autogolpe fue avalada por el 80% de la población debido a las causas anteriores; la escandalosa corrupción montesinista y el auge de la ideología caviar (izquierda limeña burguesa) durante los gobiernos de Paniagua y Toledo.


Mención aparte merece el surgimiento de Hugo Chávez, quien dijo que “su” general Velasco fue la mayor inspiración que tuvo para transformar a Venezuela. Pero como bien lo expresó un editorial del diario El Comercio, sólo la muerte detuvo a Chávez, pero ya había convertido al país llanero en su chacra, la cual se la entregó en herencia a su delfín Nicolás Maduro (en la práctica más podrido que maduro). Velasco no tuvo las ingentes reservas petroleras con las que cuenta el gobierno chavista y eso se ha convertido en la maldición de Venezuela, pues el “socialismo del siglo XXI” ha demostrado su incapacidad para generar orden, progreso, libertad y desarrollo institucional que haga de ese país una referencia obligada para cualquier persona medianamente inteligente. Algo que las masas de los otros países de la órbita chavista no entenderán mientras dependan de los subsidios y del pensamiento de sus caudillos bolivarianos. Que Humala diga que Chávez es un ejemplo a seguir ya es un ejemplo de estudio en materia psiquiátrica.


Un buen referente bibliográfico para entender el desarrollo de la dictadura de Velasco es el libro “El Septenato” (1977), de los periodistas y primos Guido Chirinos Lizares y Enrique Chirinos Soto, escrito con un estilo punzante y de tendencia liberal y que denuncia los atropellos que se vivieron en esos años oscuros en materia política, económica, jurídica, social y periodística. Las fotografías que se adjuntan en el libro ayudan a ilustrar cómo grandes eruditos pueden errar al colaborar con un gobierno que restringe los derechos humanos por más que se haya presentado como “humanista y cristiano”. Nombres de personas célebres vivas y muertas que se presentan como colaboradores estrechos o esporádicos nos dejan anonadados: Rafael Roncagliolo (el ex canciller humalista), Héctor Cornejo Chávez (autor del libro “Derecho familiar peruano”), R.P. Ricardo Morales Basadre S.I. (artífice de la Reforma educativa velasquista), Mirko Lauer (afectador de la reforma agraria y actual periodista de “La república”), entre otros.


¿Qué lección podemos aprender de este episodio histórico? Como bien lo dijo hoy Víctor Andrés Ponce en su columna de El Montonero, antes de las autocracias velasquista y fujimorista, los demócratas se negaron a encabezar las reformas necesarias para viabilizar el país, y entonces la democracia y la libertad naufragaron. Consecuentemente, cuando los demócratas no asumen su papel, la democracia siempre está en peligro. Debemos fortalecer las instituciones, fomentar la meritocracia en educación y programas que estimulen el aprendizaje, aprender de experiencias políticas de otros países que sean constructivas, crear conciencia colectiva de que los derechos y libertades tienen una base ética y filosófica basada en la dignidad del ser humano y difundir los valores morales en los que descansa nuestra sociedad, pues al destruir todo eso sólo reinará la anarquía y la progresiva decadencia de nuestra civilización. Todos somos responsables y tras recordar esta fecha nos toca aportar nuestro granito de arena para construir un país desarrollado, democrático y justo.

  

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